sábado, 24 de agosto de 2013

El Promedio Académico




La idea de lo que implica un promedio académico se ha intentado enfocar de maneras bastante realistas. No obstante, al llevar dicha idea a la práctica, se deforma a tal punto que el promedio académico termina por ser un concepto totalmente ambiguo. Para los estudiantes, como lo es mi persona, un promedio representa simplemente un estímulo para impulsarlos a sobrepasar sus propios límites, aunque pueda causar el efecto contrario llegando incluso a ser motivo de depresión para algunos. Sin embargo, también el promedio académico es una representación cuantitativa de los conocimientos del alumno, lo cual le facilita a los interesados una visión de sus capacidades con miras al futuro.

Existen, a mi criterio, dos tipos de estudiantes: El estudiante tradicional y el estudiante analítico. El primero utiliza como principal herramienta de estudio la memorización, mientras que el segundo busca el por qué de cada concepto. Creo que el método analítico es el más efectivo para un saber realmente provechoso, que nos ofrezca una mejor preparación ante las diferentes situaciones de la vida.

 Al respecto, quizás algunos profesores contradigan mi opinión, pues valoran más la capacidad de memorización en sus alumnos que la puesta en práctica de los conocimientos adquiridos. Sólo hay que observar un examen y analizar las preguntas formuladas en el mismo, y preguntarnos cuál es el método más utilizado para obtener la nota máxima. La respuesta es: memorización, pues el hecho de formular un ítem para que el alumno escriba un concepto determinado no representa un desafío si la definición ya está memorizada.

No obstante, estoy casi seguro de que si a uno de esos alumnos se le coloca en una situación de emergencia en la cual deba utilizar sus conocimientos para saber qué hacer en el caso de que una serpiente pique a un compañero, por ejemplo, tendría que evocar la definición que memorizó anteriormente sobre el veneno de una cascabel y cómo retrasarlo, y, posteriormente, traducir esta definición a palabras que sean perfectamente conocidas por él mismo; sólo traduciendo el concepto a su propio lenguaje, en ese momento, podría ayudar a su amigo. Según mis cálculos, lamentablemente, para el momento en que esa persona haya realizado semejante proceso, ya su compañero habrá muerto.

Los estudiantes analíticos se esfuerzan cuando se les presenta una prueba de memorización, pues para ellos es un desafío expresar la definición con sus propias palabras y que sea equivalente al concepto original. La peor parte es que, al final, el alumno tradicional obtiene la nota máxima sin ni siquiera el tercio del esfuerzo del alumno analítico. El primero quizás obtenga un 19, mientras que el segundo se tendrá que conformar con un modesto 16 por el esfuerzo.

Claro está que hay quienes realizan una especie de transacción entre lo analítico y lo tradicional, pues el ser humano siempre buscará el camino más fácil para llegar a un mejor resultado. Algunos maestros nos han dicho que no debemos elegir el camino más fácil, pues normalmente trae consecuencias desagradables; pero mientras ellos realizan semejante afirmación, terminan, indirectamente, promoviendo lo contrario. Hay que advertir que las evaluaciones de memorización pueden causar una gran controversia en la mente de ya sea un adolescente como un niño, pues ellos necesitan ser educados por personas que respalden sus palabras dando ejemplos, ya que están pasando por un período de desarrollo en el que necesitan ser instruidos por personas que estén seguras de sus palabras. Estas enseñanzas deben servir para que cuando las personas estén en su máxima etapa de desarrollo, puedan tener sus propias opiniones que beneficien a una sociedad con tantas necesidades.


Apoyándome en estas críticas, considero necesario persuadir a todos los maestros y profesores a que adopten un método de evaluación distinto a la memorización; y para los alumnos, sean siempre alumnos analíticos, pues esto les va a traer una recompensa, y, aunque tengan profesores que evalúen con el método tradicional de memorización, sigan estudiando con el método analítico, y sigan teniendo un pensamiento rico en inteligencia y en capacidad de dar una opinión crítica. No se obsesionen con los promedios si sus resultados no son tan atractivos como los esperaban, pues siempre la tentación les inclinará al camino fácil. Ignora dicha tentación, y sigue nutriendo tu pensamiento. 

Juan Diego Fernández Lebrún


martes, 30 de julio de 2013

La Vinotinto, un asunto de Estado.


Recuerdo que a pocos meses de asumir su cargo como seleccionador nacional, Richard Páez solía bramar ante los medios de comunicación con una petición inusual: quería una reunión con el Presidente de la República, es decir, con el mismísimo Hugo Chávez. Y a quien lo interpelaba procurando conocer los motivos de esa peculiar entrevista, le espetaba siempre la misma respuesta: “Es que el fútbol en nuestra época es un asunto de Estado”. Por aquel entonces –principios del nuevo milenio- nadie imaginaba que el exfutbolista y médico traumatólogo iba a ser el artífice de un boom sin precedentes en la historia de nuestro fútbol y que todos los políticos, como suelen atribuirle a Mahoma, ya no esperarían que la montaña acudiera a ellos, sino que ellos mismos irían a la montaña. La montaña, en este caso, vestía de vinotinto y gracias a una serie de victorias resonantes contra otros seleccionados de la Conmebol se había convertido en una cumbre apetecible por nuestros más connotados alpinistas. Por obra de Páez y sus “lanceros”, empezó a difuminarse una larga historia de fracasos y humillaciones en el deporte más popular del mundo, acaso sintetizadas en la escueta frase del recordado dirigente brasileño Joao Saldanha: “El fútbol venezolano es un chiste”.

Sin embargo, en sólo unos años, esa selección que había sido durante décadas el hazmerreír de sus adversarios devino pronto en un dolor de cabeza para sus similares en el continente: en las eliminatorias del mundial Corea-Japón (2002), Venezuela derrotó de manera convincente y con una sólida propuesta futbolística a Uruguay, Chile (primera victoria como visitante), Perú y Paraguay. Y en el año 2004 obtuvo, quizás, su triunfo más resonante hasta la fecha: el 0-3 en Montevideo pasaría a ser recordado en la historia de estas competiciones como “El centenariazo”, en clara alusión a la célebre victoria de los uruguayos en el Maracaná durante la Copa del Mundo de 1950.

Pero haber puesto fin a la cadena de reveses no fue el mayor de los logros de esa oncena vinotinto. En un país agobiado por una severa polarización política, la selección nacional se convirtió en uno de los pocos referentes unitarios indiscutibles. Y cada uno de los intentos de querer llevar esa crispación al seno de nuestro combinado ha fracasado hasta ahora. A diferencia de otros símbolos y señas de identidad que aluden a parcialidades políticas, llevar la franela vinotinto es sinónimo de consenso, de armonía y de sentido de pertenencia hacia una causa que, sabemos, nos trasciende desde el punto de vista individual y cuenta aún con la fortuna de no ser juzgada con recelo por ninguno de nuestros coterráneos.

Después del primer boom vinotinto y, sobre todo, tras la Copa América de 2011 (que inició un segundo boom) se hicieron patentes, sin embargo, un par de demonios que la vinotinto y sus seguidores deberán tratar de exorcizar a toda costa. El primero es el triunfalismo, sin duda una actitud nefasta no digamos en el deporte sino en cualquier tipo de contienda: creerse ganador antes de tiempo –dice un amigo mío- no es sólo hacer frente a la desilusión como le sucede al optimista, sino también exponerse al ridículo. Esperar lo mejor y prepararse para lo peor sigue siendo un consejo válido en este tipo de escenarios. El otro es el nacionalismo exacerbado: ningún juego de fútbol puede servir como pretexto para incubar sentimientos de odio hacia otro país, o para dar cobijo al insulto procaz (este último casi siempre guarecido en el anonimato que proveen las redes sociales) hacia los seguidores del rival de turno. Esto no significa que no tengamos que hacernos respetar cuando se nos ofenda desde la acera contraria: es dable esperar que cada Faitelson encuentre su Richard Méndez que le calle la boca y cada Ortigoza un Miku que le dé su coñazo…

El gran Jorge Valdano acuñó alguna vez una frase que siempre es traída a colación por los “filósofos” del balompié: El fútbol es un estado de ánimo. En cierto modo, la cita es también oportuna cuando se quiere hablar de la identidad de un país. ¿Cómo pasar de una mentalidad perdedora a otra victoriosa? ¿Cómo vencer los atávicos complejos de inferioridad que sentimos al rivalizar, en cualquier terreno, con alguna gran potencia que nos ha doblegado históricamente? ¿Cómo mantener la unión de un grupo y hacer que éste prevalezca sobre las diferencias y los intereses individuales? Son preguntas que, a pesar de algunos tropiezos, la vinotinto ha podido responder con acierto. Le resta a la sociedad venezolana, y especialmente a sus élites dirigentes hacer lo propio.

 Después de todo: ¿No sería ése el verdadero “asunto de estado” del que hablaba Richard?

Jesús Suárez

lunes, 29 de julio de 2013

El blues: hablan los sentimientos.


Hablar del blues, una de las principales ramas de la música, es hablar de la melancolía y la tristeza; sentimientos que pueden degustarse a través de los hechizantes sonidos de tal género musical: los “glisses” (acción de golpear las notas suavemente) y una sonoridad melosa pero a la vez distorsionada, que nos sumerge en una secuencia progresiva de notas en las que, por medio de las séptimas, se resuelve en tranquilidad y sentimiento.

sábado, 13 de abril de 2013

Cuento



Cuando estudié en el preescolar hice muchos amigos, amigos de infancia, de esos que nunca se olvidan, y que te marcan de por vida. Tenía un amigo que era demasiado especial para mí. Solíamos, todas las tardes, salir al parque a jugar, o a hacer alguna actividad juntos. Cuando salí del preescolar él recorrió un sendero distinto al mío. Sus padres lo inscribieron en un liceo público al otro lado de la ciudad y más nunca supe nada de él.

Años después me lo conseguí. Ya me había graduado y él también, imagino. Lo vi de lejos, me acerqué  y le sonreí… él lloró. No me esperaba esa reacción. Rompió en llanto y me abrazó, se mantuvo por un minuto en esa posición y en ese estado de depresión; temía interrumpir su desahogo, y a la vez sentía pena de preguntar qué le pasaba, pero tuve la valentía de hacerlo.

-          -Valentín, ¿Qué te ocurre?
-          -¿Has hablado alguna vez con nuestros excompañeros del preescolar?
-          -No, hace mucho tiempo que no. Pero, ¿por qué lloras y me abrazas?
-          -Porque todos están muertos men, todos han sido asesinados, y nunca pude despedirme de ellos, por eso me despido de ti, antes de que te lleven también.

POR UNA VENEZUELA SIN VIOLENCIA.
Juan V. L.

martes, 2 de abril de 2013

El Boxer



Todo lo imagino borroso cuando trato de recordarlo. Nada es nítido. Contaba cinco primaveras cuando sucedió; puede ser la razón. Mi capacidad de recordar eventos es pésima, o quizás mi subconsciente no lo quiere inmortalizar. Sé que amaba montar patineta a esa edad, se los puedo decir. Solía reunirme con mis primas a lanzarnos de cuclillas o sentados en bajada por largas horas. Caracas, Las Mercedes. Parecían las tres de la tarde; o quizá las nueve de la mañana. La gente “enpijamada” saliendo de sus casas a trote hacia la calle al escuchar los gritos me hace dudarlo. Eran ensordecedores mis gritos, llorosos. Pero no tanto como los de mi prima Daniela.

                Solo era una patineta para tres primos. Daniela, la mayor, tenía seis años, pero un temperamento de una mujer de treinta. Nathalia, era menor que Daniela pero mayor que yo, con seis años. Yo era el menor entonces. Llevábamos ya tiempo jugando a lo mismo. Te lanzas, entregas la patineta al siguiente y así íbamos. Viviendo la inocencia de la infancia, donde no piensas en nada, no te fijas en nada, ni en ningún peligro, y menos en el siguiente.

                Camioneta negra, grande, GIGANTE me parecía a mí. La vimos estacionarse en la mismísima bajada en la que estábamos jugando. Las personas se bajaron del auto, y entraron a la casa más cercana justo al frente, una casa hermosa y gigante que solía tener un parque de juegos, en el que siempre nos infiltrábamos sin permiso alguno, y un tigre falso en la entrada, del cual nunca agarre confianza temiendo que el tigre “despertara” de su sueño y me mordiera. Notamos que los dueños de la camioneta dejaron los vidrios bajos, y cuando los señores se perdieron de nuestra vista, apareció una bestia color negro dentro de la camioneta. Asomaba la cabeza por la ventana, ladraba, respiraba muy rápido y siempre con la lengua afuera. No me preocupe por el can en el momento, sin embargo, hoy  día, cuando mencionan un “pit-bull” mis sentidos se agudizan. Saludamos al perro los tres muy cordialmente, sin acariciarlo porque éramos muy cortos para el tamaño de la camioneta. Les recuerdo, cinco años.

                Era mi turno.

                Agarre la patineta, subí hasta el tope de la colina, me senté, y me lancé.

Rodé quizá unos 5 segundos, que pasaron cual rayo. Para mí era muy rápido la velocidad que tenía. Pase de largo la camioneta a mi derecha, el perro no me dejo de mirar. Ahora sé que me observaba cual hueso. Trate de desacelerar y use mis pies. La patineta se me fue hacia atrás, mis rodillas hacia adelante, fue lo primero que impactó contra el suelo, luego mis manos. Boca abajo quede. Solté un leve chasquido mostrando cierto dolor y cierta vergüenza. Todo esto en cuestión de un segundo. Inmediatamente escuche dos cosas que aceleraron mi corazón, en este mismo orden.

                Ladrido.

                Grito.

No logré voltearme. Sentí un impacto como si el colchón de tu cama te hubiese caído encima. No sabía si el perro jugaba conmigo, o me trataba de herir. Solo sé que estaba asustado, y mucho. Me volteo rápidamente, pero no lo suficiente para evitar que la bestia me hiciera una hendidura con su uña en mi cuello. Forceje con el can. Utilicé mis manos para aguantar el peso y empecé a gritar como jamás lo hice. Nathalia se montó en un carro lo más rápido que pudo mientras gritaba, me contaron. Me di cuenta que no era un juego. No recuerdo cuentas veces me mordió, o cuantas veces me rasguñó la cara ese pit-bull, estaba muy pequeño.

Recuerdo mi sangre en sus patas. La entera cuadra salió al oír los gritos. Vi gente empijamada. Daniela fue muy valiente. Agarró la patineta y empezó a golpear al perro. El perro hizo caso omiso. Dani corrió en busca de ayuda a la casa a la que entraron los señores. Salió el chófer del carro y trató de levantarme con el perro aún encima, pero le fue imposible. El perro le causó heridas graves en la mano al conductor. El chófer sigo forcejeando hasta que en un punto casi se daba por vencido. Mi vida estaba pendiendo de un hilo. Pero la historia no termina aquí. Si no, no estarías leyendo esto. Yo estaba entre dormido y despierto para lo próximo que sucedió, no lo recuerdo bien. Lo siguiente que recuerdo es que estaba en el lavamanos y me lavaban un poco las heridas. Vi mi cara roja en el espejo y rápido cerré los ojos. No pude ver más. Corrimos a la camioneta. Montados a cien por hora, nos dirigimos al urológico de San Román. Emergencia. Quirófano. … … …

Abro los ojos, rodeado de familiares, de regalos y de lágrimas, aún vivo. Cubierta toda mi cara por vendas y gasas. Mis padres volaron desde Chichiriviche hasta el urológico en un dos por tres. Salí del hospital 2  días después. Mis hermanas me contaron lo siguiente.

Mi vida fue salvada por un bóxer. Un perro que apareció tal cual de la nada. Un perro que había sido visto en el vecindario una o dos veces, pero que era dueño de la calle. Era marrón. Me acuerdo de haberlo visto en el pasado, o en mis sueños. Ahorita no lo sé. El perro corrió hacia el pit-bull, me lo sacudió de encima, peleó con el pit-bull. El chofer me levantó del suelo; fue la única manera en que lo pudo haber hecho, y me llevó a casa de mis hermanas, lugar donde me estaba quedando.

Ese bóxer lo había visto antes en el vecindario, lo saludaba, le ofrecía mis cariños y el me gruñía, pero al final aceptaba mis caricias. Amé esa raza a partir de ese día.

Muchos me han preguntado cómo pude sobrevivir a semejante ataque. Los doctores no supieron explicarlo. Tenía tan sólo cinco años. Entre 400 y 500 puntos en la cara. Perdí mucha sangre, pero aquí estoy. Al pit-bull lo sacrificaron los policías. Los dueños pagaron mi operación. El dolor pasó, la cicatriz cerró, la experiencia quedó y agradezco mi vida día a día a ese bóxer.

El bóxer murió desangrado por mí. Hoy sé que no era un perro. Ya hubo alguien que murió por nosotros… por qué no otra vez.

Juan V. L.

domingo, 10 de marzo de 2013

Cosas que nunca te dije


Nunca te dije que aún recuerdo la luciérnaga de tu beso en mi habitación. Nunca te dije que aquel cuento subrayado de Marco no se lo dejo tocar a mis hijos. Nunca te dije que, al levantarme, ahora siempre me golpeo con una de las cuatro esquinitas que tiene mi cama. Nunca te dije que hay mañanas en que siento la vida algo pesquera, ya ves, y creo que es porque he dado el estirón.

Pocas veces te dije "lo que quieras" o "no hay problema". Pocas veces "te lo mereces" o "te sienta muy bien". No insistí con el "quédate a cenar" o el "me ocupo yo". Para ti fueron todos los "después" y todos los "luego", la charla del monosílabo y la distancia de la prisa.

Ahora sé que, de las cosas que dejaba sin hacer, lo de menos era la cama y el cuarto de juegos.

Siempre te dije nunca. Nunca te dije siempre.

Nada hay que nos iguale tanto, verán. Tiene madre Lex Luthor y tiene madre Diego López. Los malos de las pelis de Tarantino y Balotelli. El profesor de Matemáticas que suspendía a todos. Tiene madre Darth Vader y también tenía madre Michel Salgado cuando lesionó a Juninho en una entrada por detrás. Es por ello que la mía siempre me pide respeto. "Uy, esas madres".

Ingratos en la memoria y generosos en el olvido. La madre como bayeta y como hucha. Como margen en blanco y como intermedio. Qué culpa tendrán ellas.

Te dije que mañana en vez de hoy. Que sólo una vez y no todas las que quieras. Te dije que el plato estaba soso en vez de levantarme a por la sal. 

Nunca te dije que fuiste la persona que me llevó a conocer el mar. Y la que corrió hacia mí aquella primera vez que tuve miedo.

"Antes de convertirme en madre tenía un centenar de teorías sobre cómo criar niños", decía Kate Samperi. "Ahora que tengo varios, sólo sé de una teoría: amarlos, especialmente cuando menos merecen ser amados".

Yo sólo te digo que mañana voy a comer, madre, para masticar a fuego lento el pasado que nos queda por delante. Que voy aunque te llame poco y no te celebre lo suficiente. Aunque apenas tenga arrestos para hornearte una palabra y llevártela caliente de postre. Ese pastel de siete letras donde diga lo que he venido a decirte: gracias. Gracias, madre. Por fin, siempre gracias.

J. Sobejano

viernes, 15 de febrero de 2013

Nuestra oportunidad



Finales del mes de enero, el otoño del primer mes del año 2013, Venezuela sigue inmersa en una de las mayores crisis de las últimas décadas. Para casi todos los venezolanos, el 2013 representaba en el último trimestre del año 2012 la tranquilidad de un nuevo comienzo, una nueva etapa en la historia de nuestro país.
Sin embargo, el 2013 empezó trastabillándose, sumergidos en rumores, imprecisiones, negociaciones, incertidumbre e ilegalidades, al día de hoy ningún venezolano sabe que va a pasar el día siguiente. Es cierto que el futuro siempre es cambiante y desconocido, pero el futuro es tan oscuro que la tranquilidad se tomó vacaciones, y dejó como inquilino al miedo y al desasosiego en la mente de los venezolanos.

Ahora bien, en estos tiempos de incertidumbre mucho se habla de cómo hacemos política en Venezuela. La buena, la mala, la vieja, la nueva, la oficialista o la de oposición. Lo cierto es que desde hace mucho tiempo hemos dejado de hacer buena política en mi humilde y precoz opinión.

Dijo Guillermo Aveledo hace poco en un foro al cual asistí que “aquel que busca votos, no encuentra nada, pero aquel que busca personas, encuentra votos”. Abro con esta reflexión ya que pienso que encuadra perfectamente en la realidad política venezolana.

Qué es la política, qué significa hacer política. Sin ánimos de impartir una lección didáctica ni mucho menos, ya que no cuento con la experiencia ni la preparación para hacerlo, sí puedo afirmar que la política encuadra al menos dos elementos, el primero que es una ciencia social, y el segundo, que enlaza a la ciudadanía con el comportamiento en sociedad. Como ciencia social, la política se encuentra envuelta en fenómenos y realidades cambiantes.

Dicho esto, volvemos donde empezamos, a la realidad confusa que vivimos en Venezuela. La oposición viene de dos abrumadoras derrotas que la han dejado prácticamente en la lona buscando una mano que tocar para que los ayude. El chavismo vive un escenario sin su carismático líder, responsable directo de las victorias electorales que los pusieron allí.

¿Qué panorama afronta Venezuela? La democracia corre grave peligro de ser pisoteada por una dictadura constitucional del siglo XXI y legitimada ante el panorama internacional; como dijo Charles Chaplin “los dictadores se liberan a sí mismos pero esclavizan al pueblo”. Sin Chávez en el panorama la situación se torna aún más confusa, el TSJ ha legitimado una presidencia sin presidente, y frente a esto nos hemos quedado sin recursos legales frente a la violación desmesurada de la constitución. Mientras Maduro gana tiempo y hace campaña, la oposición se debate por pequeños focos de poder.

Si el panorama político lo vemos como un juego de ajedrez, la oposición en vez de jugar por un objetivo final, el jaque mate, se enfoca mediante estrategias erróneas enmascaradas en una inexistente unidad en tratar de conquistar a los peones. Con las elecciones municipales a la vuelta de la esquina y con un mapa político en el cual sólo tres gobernaciones pueden llamarse de oposición, muchos partidos se han dado la tarea de pescar en río revuelto tratando de subsistir con lo poco que queda por repartir.

La realidad es que nuestros políticos (la mayoría) son miopes y han mostrado sus verdaderos colores e intereses. La estrategia y la manera de hacer política no ha ido más allá que la preparación de la elección más cercana, las metas siempre son a corto plazo, y no logramos concretar un verdadero plan de cómo enfrentar el panorama. Los partidos se han convertido en máquinas populistas que se enfocan en contingencias circunstanciales, quien da más, yo te doy esto, te arreglo lo otro, cuando en teoría los buenos políticos se preparan y gobiernan para las próximas generaciones,  realidad que ha sido imposible de concretarse dentro de los llamados líderes opositores.

La MUD sólo tiene en común una sola cosa, el odio hacia Hugo Chávez, y hay algunos que incluso prefieren al actual presidente antes que a uno de sus contrincantes “amigos” de la mesa. Sin un plan específico, sin los objetivos claros y sin reconocer el presente y futuro del país, jamás haremos política de altura.

Y en las puertas de esta disyuntiva que se nos presenta en cómo hacer política, tenemos una oportunidad de oro, las nuevas y las viejas generaciones, el progreso se vislumbra a lo lejos, pero se vislumbra. En todas las crisis siempre existen oportunidades escondidas, y a ello debemos apuntar, en la eterna dicotomía entre el bien y el mal, siempre debemos elegir el bien, la mejor manera. La única manera de hacer las cosas debe ser de manera correcta, con ética, con moral, sin escalas de grises. Estoy seguro que ninguno de los políticos actuales respondió en su infancia a la pregunta de qué quieren hacer de adultos: hacer las cosas mal, ser corrupto, dejar mis ideales de un lado por un fin, traicionar lo que creemos por bienes materiales y reconocimiento mediático.

Pues nuestro fin como sociedad, como seres políticos, como ciudadanos de urbanizaciones, municipios, gobernaciones, de un país, de un mundo globalizado, debe ser siempre ir más allá, buscar con esfuerzo y dedicación el bien común, a medida que cada uno como individuo éste mejor la sociedad se beneficiará, y de igual medida, una sociedad buena beneficia a cada uno de sus individuos. Aprovechemos esta oportunidad que se nos presenta en Venezuela, para escuchar. Escuchar los problemas, angustias y logros de aquellos que viven a metros de nuestras casas, y que día a día ignoramos, nos excusamos sin razón lógica y nos convertimos en hombres y mujeres solitarios que no se preocupan por su prójimo.

Cómo aquellos que tenemos más podemos botar comida sabiendo que a metros de distancia puede existir alguien sin poder comer, cómo aquellos que tenemos herramientas para mejorar nuestro entorno no lo vamos a hacer, y los líderes de nuestra nación deben entender que la política debe cambiar, que hacer política no debe ser negociar cargos y contratos en una perpetua complicidad; los líderes se deben a su sociedad, son servidores públicos, y por ello deben poner los intereses colectivos por encima de los suyos, y entender, que el país necesita gente trabajadora y preparada que entienda que existen intereses por encima de las individualidades y de los partidos.

Al final todo se resume a la felicidad, debemos buscarla, sin perjudicar a los demás, no podemos mantener un discurso de división, de odio, de violencia. El país, nuestro país, ya está lo suficientemente polarizado, el discurso de odio alimenta al mal, a aquellos que han dividido a nuestro país, es su arma, los fortalece, y estamos cayendo en su trampa.

Siempre va a existir la manera de hacer las cosas bien, es muy triste escuchar a aquellos con más sabiduría explicarnos que el mundo funciona así, que debemos bailar al ritmo que imponen aquellos que se han equivocado. Decidamos de una vez por todas cambiar la música, hagamos nuestra propia melodía, y olvidemos todas las formas, las malas formas en que hemos estado haciendo nuestra política, nuestro vivir. Necesitamos entendimiento y compasión con inteligencia, no es regalarle a los pobres y esperar sus votos, el político mediocre le interesa la pobreza, le interesa la ignorancia, porque mientras haya necesidad habrá que ofrecer, y mientras se ofrezca va a existir el voto manipulado. En vez de regalar, escuchemos, brindemos herramientas para que cada una de esas personas crezca y aporte a la sociedad, en esos términos debemos actuar. Dice el maestro Abreu, ejemplo de la nueva Venezuela, que lo más miserable de la pobreza no es la falta de pan o de techo, es sentirse sólo, sentirse nada y nadie, ser parte de nada. Pues vamos todos como ciudadanos a ser parte de la sociedad en que vivimos, vamos a involucrarnos e involucrar a los más desfavorecidos, démosle la oportunidad de ser parte de algo y ser alguien.

La prudencia, la justicia, la sabiduría, la decencia, los valores serán parte de ese futuro que debemos construir desde el 2013. Tratemos de ser el ejemplo, y busquemos las herramientas para poner esa pequeña piedra del nuevo porvenir, nadie es perfecto, ni nunca habrá alguien perfecto, sin embargo, no podemos excusarnos en el viejo discurso de que el mundo es así, o corres o te encaramos. Hay una oportunidad de cambiar el paradigma, podemos intentarlo, no perdemos nada tratando de hacer las cosas bien, el viejo discurso y las viejas formar caducaron, no nos han llevado a nada, y estamos perdiendo. Contagiemos a los demás de buenas maneras y no dejemos que sean aquellos que practican las malas formas los que contagien al resto de las personas. Vivimos en sociedad, y en sociedad sacaremos el país adelante.

“Elegimos el momento en el que nacimos o nos ajustamos a los tiempos en que hemos nacido” (Lincoln)

Se vienen cosas buenas. La mejor Venezuela. 

Juan Francisco Martínez Valera

Los barcos



Los barcos no pierden el rumbo
Sólo cambian de capitán
Y yo que no soy ruso
Pero tampoco invado Vietnam

En Este barco, que de bandera un martillo...
Y de capitán un pillo
Con un libro interpretado
A cada cual por su lado

Pero en el estribor
La tripulación tiene mal pasado
Y en el  babor
No están avanzando

Así que, mientras el estribor
No incluya al babor
No podrá cambiar de plan
Y terminaremos en "castro-island"

Y la tripulación joven
Tiene la obligación
De hacer ver lo que no ven
Los demás en otra situación

Si no te metes con la política
La política se mete contigo

Luis Antonio Hernández.

domingo, 27 de enero de 2013

Mirar hacia dentro


Un texto de San Agustín (Confesiones, libro X), para los que seguís creyendo que los viajes de fin de semana hay que hacerlos hacia afuera:

"Se desplaza la gente para admirar los picos de las montañas, las gigantescas olas del mar, las corrientes de los ríos, el océano y las órbitas de los astros, mientras se olvidan de sí mismos, y no se maravillan de que yo, al nombrar todas estas cosas, no las veo con mis ojos. Y, sin embargo, sería incapaz de hablar de ellas si interiormente no viese en mi memoria las montañas, el oleaje, los ríos..., con dimensiones tan grandes como si los viese fuera".

Les animaba con esto a mis alumnos a rebelarse contra lo que nos rodea (la salida, la huída, el éxtasis químico, el alcohol, los planes historiados), a darle la patada a nuestra existencia en la 'exterioridad' y a mirar hacia adentro.

"¿Cuántos de vosotros ha dedicado en los últimos siete días algún minuto a escribir para intentar ordenar sus propias ideas?", les preguntaba. "¿Cuántos de vosotros ha dedicado en los últimos siete días algún minuto a escribir para intentar ordenar sus propias ideas?", os pregunto.

La conocida frase de Pascal: “Toda la desgracia de los hombres viene de una sola cosa, que no saben quedarse tranquilos en una habitación.”


J. Aranguren