Me quedé observándola. No sabía si llorar de felicidad o reírme por
los nervios. La tenía en mis brazos. Una lágrima rodó suavemente por mi
mejilla. La volví a mirar pero esta vez con más detalle. En ese momento
cuestioné mi capacidad como persona. Preguntas invadieron mi mente. - ¿De
verdad soy la persona que una vez soñé ser? ¿Cómo seré con ella? ¿Acaso me
admirará algún día?-. Todo pasa tan rápido y ahí, en ese instante, me doy
cuenta que la vida es tan corta que parpadeas y pasan años. El pasar del tiempo
nos hizo reír, nos hizo llorar, nos hizo ser mejores personas… o peores. También
me dio muchas lecciones. Ese es el momento en el que te das cuenta de que vas a
crear nuevos recuerdos, nuevas expectativas, nuevos sentimientos y que nadie
podrá detenerlo. Me quedé observándola y esta vez pensé cómo la haría feliz.
Una caricia, un beso, un abrazo. – Solo necesita cariño – escuché, y sentí cómo
mi corazón latía.
Como en las películas empezó a sonar música de fondo. Era suave y
transmitía mucha tranquilidad. Tenía cerrados los ojos y descubrí que es
perfecta. No encontraba palabras para decir todo lo que pensaba. Solo
quedábamos ella y yo internadas en otro mundo, de sueños y de fantasía. Y la
seguía viendo. Me preocupé por el dolor que algún día sufriría, por el maltrato
que le causaría otra persona, por la decepción que quedaría en su cara. – El
mundo no es un lugar seguro para Camila – dije en voz alta mientras mi cara
expresaba tristeza. A lo que mi madre respondió: - se sentirá segura contigo ya
vas a ver. La tengo que proteger, era lógico, pero cómo. Volví a cuestionarme
pero hay que aprender que la vida está llena de momentos perfectos, de miedo,
de tristezas, de felicidad, de tantas cosas que nos enseñan cada día a vivir.
Ella simplemente es mi perfecta creación. Sentí su corazón entre mis
brazos y sabía que la iba a amar siempre. Es ese amor de madre que no es falso,
que no miente, que no necesita mentir. Es ese amor que supera los límites y
¿qué límites son los que necesita ese amor? Ahora pienso y pienso, y me pregunto
¿cuántas veces sentí ese corazón entre mis brazos?
Rebecca González
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