Todo lo imagino
borroso cuando trato de recordarlo. Nada es nítido. Contaba cinco primaveras
cuando sucedió; puede ser la razón. Mi capacidad de recordar eventos es pésima,
o quizás mi subconsciente no lo quiere inmortalizar. Sé que amaba montar patineta
a esa edad, se los puedo decir. Solía reunirme con mis primas a lanzarnos de
cuclillas o sentados en bajada por largas horas. Caracas, Las Mercedes.
Parecían las tres de la tarde; o quizá las nueve de la mañana. La gente
“enpijamada” saliendo de sus casas a trote hacia la calle al escuchar los
gritos me hace dudarlo. Eran ensordecedores mis gritos, llorosos. Pero no tanto
como los de mi prima Daniela.
Solo era una patineta para tres
primos. Daniela, la mayor, tenía seis años, pero un temperamento de una mujer
de treinta. Nathalia, era menor que Daniela pero mayor que yo, con seis años.
Yo era el menor entonces. Llevábamos ya tiempo jugando a lo mismo. Te lanzas,
entregas la patineta al siguiente y así íbamos. Viviendo la inocencia de la
infancia, donde no piensas en nada, no te fijas en nada, ni en ningún peligro,
y menos en el siguiente.
Camioneta negra, grande, GIGANTE
me parecía a mí. La vimos estacionarse en la mismísima bajada en la que
estábamos jugando. Las personas se bajaron del auto, y entraron a la casa más
cercana justo al frente, una casa hermosa y gigante que solía tener un parque
de juegos, en el que siempre nos infiltrábamos sin permiso alguno, y un tigre
falso en la entrada, del cual nunca agarre confianza temiendo que el tigre “despertara”
de su sueño y me mordiera. Notamos que los dueños de la camioneta dejaron los
vidrios bajos, y cuando los señores se perdieron de nuestra vista, apareció una
bestia color negro dentro de la camioneta. Asomaba la cabeza por la ventana,
ladraba, respiraba muy rápido y siempre con la lengua afuera. No me preocupe
por el can en el momento, sin embargo, hoy
día, cuando mencionan un “pit-bull” mis sentidos se agudizan. Saludamos
al perro los tres muy cordialmente, sin acariciarlo porque éramos muy cortos
para el tamaño de la camioneta. Les recuerdo, cinco años.
Era mi turno.
Agarre la patineta, subí hasta
el tope de la colina, me senté, y me lancé.
Rodé quizá unos
5 segundos, que pasaron cual rayo. Para mí era muy rápido la velocidad que tenía.
Pase de largo la camioneta a mi derecha, el perro no me dejo de mirar. Ahora sé
que me observaba cual hueso. Trate de desacelerar y use mis pies. La patineta
se me fue hacia atrás, mis rodillas hacia adelante, fue lo primero que impactó
contra el suelo, luego mis manos. Boca abajo quede. Solté un leve chasquido
mostrando cierto dolor y cierta vergüenza. Todo esto en cuestión de un segundo.
Inmediatamente escuche dos cosas que aceleraron mi corazón, en este mismo
orden.
Ladrido.
Grito.
No logré voltearme. Sentí un impacto como si el colchón de tu cama
te hubiese caído encima. No sabía si el perro jugaba conmigo, o me trataba de
herir. Solo sé que estaba asustado, y mucho. Me volteo rápidamente, pero no lo
suficiente para evitar que la bestia me hiciera una hendidura con su uña en mi
cuello. Forceje con el can. Utilicé mis manos para aguantar el peso y empecé a
gritar como jamás lo hice. Nathalia se montó en un carro lo más rápido que pudo
mientras gritaba, me contaron. Me di cuenta que no era un juego. No recuerdo
cuentas veces me mordió, o cuantas veces me rasguñó la cara ese pit-bull,
estaba muy pequeño.
Recuerdo mi sangre en sus patas. La entera cuadra salió al oír los
gritos. Vi gente empijamada. Daniela fue muy valiente. Agarró la patineta y
empezó a golpear al perro. El perro hizo caso omiso. Dani corrió en busca de
ayuda a la casa a la que entraron los señores. Salió el chófer del carro y
trató de levantarme con el perro aún encima, pero le fue imposible. El perro le
causó heridas graves en la mano al conductor. El chófer sigo forcejeando hasta
que en un punto casi se daba por vencido. Mi vida estaba pendiendo de un hilo.
Pero la historia no termina aquí. Si no, no estarías leyendo esto. Yo estaba
entre dormido y despierto para lo próximo que sucedió, no lo recuerdo bien. Lo
siguiente que recuerdo es que estaba en el lavamanos y me lavaban un poco las
heridas. Vi mi cara roja en el espejo y rápido cerré los ojos. No pude ver más.
Corrimos a la camioneta. Montados a cien por hora, nos dirigimos al urológico
de San Román. Emergencia. Quirófano. … … …
Abro los ojos, rodeado de familiares, de regalos y de lágrimas, aún
vivo. Cubierta toda mi cara por vendas y gasas. Mis padres volaron desde Chichiriviche
hasta el urológico en un dos por tres. Salí del hospital 2 días después. Mis hermanas me contaron lo
siguiente.
Mi vida fue salvada por un bóxer. Un perro que apareció tal cual de
la nada. Un perro que había sido visto en el vecindario una o dos veces, pero
que era dueño de la calle. Era marrón. Me acuerdo de haberlo visto en el
pasado, o en mis sueños. Ahorita no lo sé. El perro corrió hacia el pit-bull,
me lo sacudió de encima, peleó con el pit-bull. El chofer me levantó del suelo;
fue la única manera en que lo pudo haber hecho, y me llevó a casa de mis hermanas,
lugar donde me estaba quedando.
Ese bóxer lo había visto antes en el vecindario, lo saludaba, le
ofrecía mis cariños y el me gruñía, pero al final aceptaba mis caricias. Amé
esa raza a partir de ese día.
Muchos me han preguntado cómo pude sobrevivir a semejante ataque.
Los doctores no supieron explicarlo. Tenía tan sólo cinco años. Entre 400 y 500
puntos en la cara. Perdí mucha sangre, pero aquí estoy. Al pit-bull lo
sacrificaron los policías. Los dueños pagaron mi operación. El dolor pasó, la
cicatriz cerró, la experiencia quedó y agradezco mi vida día a día a ese bóxer.
El bóxer murió desangrado por mí. Hoy sé que no era un perro. Ya
hubo alguien que murió por nosotros… por qué no otra vez.
Juan V. L.
Hola Juan recuerdo muy bien ese episodio. Solo te falto un prima Mariana, quien estaba escondida en un arbol, paralizada ante aquel ataque. Saludos. GT.
ResponderEliminarGonzalo. Estaba tan chico que pase muchas cosas por alto porque no las recuerdo muy bien, pero tienes razon. Saludos y gracias.
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