Nunca te dije que aún recuerdo la luciérnaga de tu beso en mi habitación. Nunca te dije que aquel cuento subrayado de Marco no se lo dejo tocar a mis hijos. Nunca te dije que, al levantarme, ahora siempre me golpeo con una de las cuatro esquinitas que tiene mi cama. Nunca te dije que hay mañanas en que siento la vida algo pesquera, ya ves, y creo que es porque he dado el estirón.
Pocas veces te dije "lo que quieras" o "no hay problema". Pocas veces "te lo mereces" o "te sienta muy bien". No insistí con el "quédate a cenar" o el "me ocupo yo". Para ti fueron todos los "después" y todos los "luego", la charla del monosílabo y la distancia de la prisa.
Ahora sé que, de las cosas que dejaba sin hacer, lo de menos era la cama y el cuarto de juegos.
Siempre te dije nunca. Nunca te dije siempre.
Nada hay que nos iguale tanto, verán. Tiene madre Lex Luthor y tiene madre Diego López. Los malos de las pelis de Tarantino y Balotelli. El profesor de Matemáticas que suspendía a todos. Tiene madre Darth Vader y también tenía madre Michel Salgado cuando lesionó a Juninho en una entrada por detrás. Es por ello que la mía siempre me pide respeto. "Uy, esas madres".
Ingratos en la memoria y generosos en el olvido. La madre como bayeta y como hucha. Como margen en blanco y como intermedio. Qué culpa tendrán ellas.
Te dije que mañana en vez de hoy. Que sólo una vez y no todas las que quieras. Te dije que el plato estaba soso en vez de levantarme a por la sal.
Nunca te dije que fuiste la persona que me llevó a conocer el mar. Y la que corrió hacia mí aquella primera vez que tuve miedo.
"Antes de convertirme en madre tenía un centenar de teorías sobre cómo criar niños", decía Kate Samperi. "Ahora que tengo varios, sólo sé de una teoría: amarlos, especialmente cuando menos merecen ser amados".
Yo sólo te digo que mañana voy a comer, madre, para masticar a fuego lento el pasado que nos queda por delante. Que voy aunque te llame poco y no te celebre lo suficiente. Aunque apenas tenga arrestos para hornearte una palabra y llevártela caliente de postre. Ese pastel de siete letras donde diga lo que he venido a decirte: gracias. Gracias, madre. Por fin, siempre gracias.
J. Sobejano
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