martes, 29 de septiembre de 2015

Venezuela, recuerdo de una gran familia


Muchas veces admiramos personas que han marcado un episodio en nuestra vida. Artistas, amigos, parientes, entre otros individuos. Pero siempre nos deberíamos preguntar: ¿quién es nuestro verdadero ejemplo a seguir?
          Nosotros los jóvenes, a lo largo de nuestra juventud, siempre recordamos momentos divertidos de nuestra infancia, que de alguna u otra manera nos marcan para el resto de nuestras vidas. En Venezuela nos caracterizamos por recordar cosas como los juegos y las carreras con los primos, la comida de la abuela y la consentidera del abuelo, los regaños de papá y las caricias de mamá, el olor a juguete nuevo, el olor de la comida recién hecha en casa de los abuelos un 25 de diciembre, los fuegos artificiales del 31, el pan de jamón y la hallaca; pero, sobre todo, nos acordamos de los sempiternos cuentos de la vida de los abuelos, sobre sus experiencias y de las enseñanzas que nos dieron, difíciles de olvidar.
Esos abuelos que les parecía la cosa más espantosa del mundo que alguien dijera una grosería o que hiciera “una vulgaridad” como muchos le dicen. Esos que a cada momento por molestarte a su manera te preguntaban cómo estaba  “la pava” o “el pavo”, como se les conoce ahora “la novia” o “el novio”. Esos que cuando llegaba el novio o la novia a casa, mandaban al hermanito para que estuviera ahí para vigilar que no hicieran nada.
¿Qué podemos esperar de unas personas tan admirables que vivieron en una época distinta  a la nuestra? No podemos esperar una reacción distinta, recordemos que fueron ellos los que vivieron en una sociedad en la que a cualquier persona se le trataba de usted, de señor y señora, de señorito y señorita. Una Venezuela en la que para ir a visitar tenías que ser invitado, una Venezuela donde quisieras o no quisieras tenías que respetar a los demás, y si papá o mamá te veían irrespetando a alguien mayor que tú, como dicen por ahí, “venía tu pela”. Era una Venezuela en la que te mandaban a las 10 de la noche a comprar en la bodega un pan para el desayuno, en la que el nivel de culturización era avanzado porque si no estudiabas y te formabas simplemente no eras nadie. Entre las personas existía un sentimiento y una identidad nacional arraigada, tanto para cada persona venezolana o extranjera. Era un lugar en el que no se juzgaba al otro por su forma de pensar ni por su condición política. Y lo mejor de todo, cada venezolano tenía una sonrisa en el rostro, a pesar de todas las dificultades que existieran. El estar con la familia era lo más importante, aquí, donde en la sociedad, fueras del estrato social que fueras, todos se formaban en valores; valores que hoy son necesarios y escasos en nuestra comunidad. Esa era una Venezuela que en un corto periodo de tiempo, sin ningún aviso repentinamente, cambió.
            ¿Cómo olvidar el día que el abuelo murió? Un día trágico, lógicamente, que nos hace recordar todos esos momentos vividos con él; para muchos recordados tan sólo por pocos días y para otros por toda la vida. Pero ahora surge la pregunta: ¿Qué hemos hecho nosotros por ellos? Si ellos nos acompañarían en este momento, ¿harían algo por cambiar la Venezuela que tenemos hoy en día o se quedarían de brazos cruzados? Ellos simplemente darían su vida, ya que muchos lucharon en sus últimos momentos de vida para que nosotros no viviéramos lo que estamos viviendo, morirían para que nosotros vieramos la Venezuela que ellos vivieron hace pocos años.
Cuando estamos jóvenes, recordamos cada uno de estos gloriosos momentos que vivimos en nuestra infancia. Pero al pasar de los años el ogro verde que antes estaba aún escondido, florece. Esos momentos en los que te importa más lo que pueda pasar en el trabajo son los que deterioran cada vez más eso que te impulsó a comenzar a trabajar, la familia, esos tiempos en los que te importan más los problemas externos que los que pasan en tu propio hogar, esos instantes en los que llegas a casa disgustado y que tu hijo te diga “papá, podemos hablar”, y sin importar lo que esté pasando respondes “no hijo, ahora no puedo”. Si tu hijo te preguntara; “¿papá, cuándo querías hablar con mi abuelo, él te decía “no hijo, ahora no puedo?”, ¿le responderías con la verdad o serías tan cruel para mentirle?
¿De verdad hace falta olvidar tu infancia porque ya eres o te sientes grande? Muchos hombres humildes, sean de estrato social bajo o no, tengan un empleo con un buen sueldo o no, son mucho más gente y muchísimo mejores que varios de ustedes. ¿Saben por qué? Porque ellos se ocupan más de su familia así tengan que sacrificar horas de labor, porque para ellos es más importante estar en casa que estar trabajando, porque ellos si escuchan a sus hijos cuando estos los necesitan y saben que es lo mejor de todo. Esas personas son las que  todavía tienen  recuerdo de su infancia.
Muchos adultos, simplemente porque crecieron y se sienten grandes, olvidan lo que estuvo atrás y les recuerdo que es eso lo que nos impulsa a crecer cada día como personas. Es por esas personas que uno admira (papá, mamá, abuelo, abuela, amigo, amiga) que ya no están con nosotros por los que nos proponemos sacar a nuestro país adelante. Es por ese afán de vivir la Venezuela que ellos vivieron, es por ese tiempo que ellos le dedicaron a nuestras enseñanzas y a contarnos sus experiencias, cuando éramos sólo unos pequeños e indefensos niños, que debemos escuchar a nuestros hijos, olvidarnos un poco del trabajo y dedicarle tiempo a la familia. No sirve la típica excusa de “es que no tengo tiempo”; el tiempo de Dios es perfecto y cuando Dios está en la vida del hombre para todo hay un momento, solo es cuestión de planificarse. Todavía estás a tiempo de no dañar a tu familia, con una sonrisa en el rostro podremos decir a nuestra descendencia que por ellos luchamos cada día para sacar adelante nuestra Venezuela y dar nuestro granito de arena por ver una Venezuela mejor. Todo radica en encontrar nuestro ejemplo a seguir.
 Abuelo, te prometo que haré todo lo posible por vivir en la Venezuela que tu viviste. 


Leonardo Bastidas.

Nunca serás extranjero


Venezolanos, ustedes que viven en su tierra o fuera de ella, ¿están absolutamente conscientes del país en el que tienen la dicha de haber nacido? ¿Conocen cada rincón de su maravillosa geografía? ¿Están al tanto de la realidad en que vive la gente de este país? ¿Se han tomado la tarea de conocer la diversidad cultural que existe en nuestra nación? Estas son algunas de las cosas que hace que cada persona llamada “venezolano” esté enamorada de este lugar.

En tiempos no muy lejanos, Venezuela era un país único en el mundo, gente de muchos países querían venir a vivir aquí porque se sentían como en casa. El respeto permanecía a pesar de todas las diferencias que pudiera haber entre las personas. El derecho a la vida era algo que prevalecía sobre todas las cosas, no existía el miedo que día a día sentimos los venezolanos al salir de nuestra casa y no saber si tendremos el lujo de regresar. ¡Qué triste vivir con miedo! es por esa sensación tan atroz que muchos venezolanos huyen de este país sin mirar atrás; y se nos estremece el corazón al saber que dejamos tantas cosas atrás. Es el comienzo de una nueva vida, pero hay una triste realidad que no se puede tapar con un dedo: siempre serás extranjero en cualquier lugar del mundo en el que estés… Asia, África Europa, Norte América.

El extranjero en ciertos lugares es tratado con desprecio y en cambio para el venezolano común la palabra extranjero no existe. Por poner un ejemplo: hacemos esos típicos almuerzos familiares sin motivo, y un ruso, amigo del primo del hermano de Pedro, se aparece en el lugar de tu celebración sin invitación ¿Cuál es tu reacción? tu respuesta será: “déjalo entrar y pregúntale qué quiere de beber” y sí, ese carisma tan ameno que existe en nuestro país no cambia a pesar de la situación que nos atañe. El venezolano es tan chévere que celebra sin motivo, cuando alguien pregunta: ¿Por qué es la reunión? La respuesta la mayoría de las veces es: “no sé”. Y es que el venezolano tiene una de muchas cosas en común: quiere pasarla bien y quiere ser feliz en cualquier momento que sea posible.

La mayoría de los venezolanos se va de este país por inseguridad y se respeta que quieran resguardar la seguridad de su familia, pero antes de irse es importante que sepan lo que dejan atrás y eso es lo que pretendo hacer, mostrarle a los venezolanos que ya se fueron y los que están pensando en irse por qué debemos sentirnos orgullosos de ser venezolanos. Los quiero invitar a que conozcan su país al máximo y se enamoren de él, porque hoy con el orgullo y el ego por el techo puedo decir: “yo no soy extranjero”.



Leonardo Bastidas Resta

Venezuela, realidad o ilusión


Hoy ya va más de un mes desde que los estudiantes decidieron tomar la calle. La situación está tensa. El gobierno nacional habla de un supuesto diálogo que él mismo no está dispuesto a dar. Hemos visto muchas cosas y hemos visto pocas también, algunos hablan de volver a la normalidad otros hablan de que hay que mantenerse en la calle. La verdad es que no sabemos a quién darle la razón porque ambos la tienen. Sabemos que hay represión contra los estudiantes, sabemos que hay colas para comprar comida… y la impotencia de muchos comunicadores es que lo sabemos, pero la censura de los medios de comunicación hace que no lo veamos y, si lo vemos, es porque un MEXICANO que ama Venezuela se ha dedicado a recorrerla entera para demostrar al mundo lo que aquí pasa.

El estado venezolano ha invitado a los estudiantes a dialogar con él para que “le ayuden a resolver los problemas de la gente, de inseguridad y demás” y es que hay algo aquí que no queda muy claro. No nos estamos dando cuenta de cuál es nuestro roll, no son los estudiantes los que debemos ayudar al gobierno nacional a resolver la situación de crisis que hemos tenido en los últimos meses. Los estudiantes debemos estar en las aulas y el estado protegiendo la integridad del pueblo contra problemas que hoy atañen nuestra Venezuela. 

El gobierno es el que debe hacer algo para sacarnos de esta crisis, no los estudiantes, porque es algo incoherente que una persona que hizo una campaña política y que se supone agarró suficiente experiencia durante 14 años para desempeñar el cargo que ahora representa, esté pidiéndole ayuda a unos Estudiantes que, por más que sea, aún tienen mucho que aprender en la vida. No es deber de los estudiantes mantener la seguridad de los ciudadanos, es deber de los estudiantes exigir a como dé lugar que el gobierno nacional haga su trabajo.

Hay que saber que esto no es que los chavistas están en contra de los opositores y viceversa; aquí se está viviendo una realidad que daña a ambos por igual, porque ambos tienen hijos que le tienen que dar de comer y no hay comida, porque ambos tienen enfermedades o familiares enfermos y tienen que buscar en 20 lugares para ver si se consigue la medicina. Den un salto al pasado y vean que lo que Chávez no pudo hacer en 15 años este gobierno lo hizo en 6 meses. Seguir el ejemplo del comunismo cubano. Y es que esto no es una novedad porque el mismo mandatario nacional lo menciona y lo ratifica.

Debemos comprender que el gobierno nacional no va a salir. Y es que los estudiantes no están buscando que el presidente obrero salga, los estudiantes queremos simplemente poder tener un futuro digno y respetable en este país, queremos graduarnos y tener oportunidades de trabajo; los estudiantes queremos darle un futuro digno a nuestros hijos y no hay que ir muy lejos para darnos cuenta que no vamos por buen camino.

Vamos a dar una vista al pasado ¿Desde hace cuánto te acostumbraste a vivir con miedo? ¿Desde hace cuánto no duermes hasta que todos tus familiares estén en casa? ¿Desde hace Cuánto te preguntas qué pasara en este país? ¿Recuerdas cómo se vivía antes o simplemente los antivalores que se han sembrado te ciegan la vista y no recuerdas lo que fue? Los estudiantes que hoy salimos a exigir nuestros derechos, no podemos decir “yo recuerdo cuando Venezuela era tal o cual cosa” porque sólo hemos vivido un solo régimen; pero algunas de las personas que sí lo pueden recordar son los que quieren volver a la normalidad y que no hacen nada para recobrar eso que recuerdan, sus conciencias quedarán tranquilas mientras se derrama sangre de estudiantes en las calles, ustedes “dormirán tranquilos como un niño”.


Leonardo Bastidas.

Que pase todo

O pasa todo, o no pasa nada.

Parece sencillo, ¿no? 

Pero no lo es

Si pasa todo, entonces significa que paso algo, que hubo cambio. Un cambio que nos permitirá ver con otros ojos nuestro alrededor. Claro está que caben dos posibilidades: que el cambio sea bueno, entonces me levantaría en las mañanas y me asomaría por la ventana, sonreiría, prepararía café con leche. Me hago una arepa, salgo a caminar por las calles. Pasó todo, y todo fue bueno. 

Pero si pasa todo, y todo es malo, no sabría que es la siguiente cosa que podría pasar. Entonces me despertaría, arreglaría un desayuno con lo que conseguí en el mercado y me apresuraría a montarme en mi carro para evitar el tráfico de las mañanas. Cierro los seguros y me persigno antes de aventurarme por las avenidas. Pasó todo, pero todo fue malo.

Aun así, existe la posibilidad de que no pase nada. Sigo sin estar segura qué es peor. 

Si no pasa nada, entonces me levantaré en las mañanas, ni siquiera me molestaré en sonreír ni arreglarme. No tengo hambre, entonces me monto en mi carro, se me olvida cerrar los seguros. Mi mente vaga en un lugar distante, donde me levanto, preparo mi café con leche y me como mi arepa. Qué diferentes serían las cosas. Qué hubiese pasado si hubiésemos continuado peleando por esas mañanas donde puedo salir a caminar sin miedo.

Entonces se pierden las esperanzas, todo lo que alguna vez imaginaste, desapareció, tan rápido como lo veías llegar. Ya no hay nada que puedas hacer porque sabes que ese sentimiento de emoción no volverá jamás, se destruyó cuando se perdieron las fuerzas. Y lo peor es que, junto a ti, existen muchas personas que intentan recoger los pedazos de sueños que se despedazaron en fragmentos tan pequeños que saben que es inútil intentar unir las piezas de nuevo. 

Sacudes tus ideas y miras hacia delante, la bandera hondea orgullosa delante de ti. 


Pierdes los miedos, porque sabes que ahora está en tus manos que pase todo y que todo sea bueno. 


Laura Capovilla


Para el desanimado


Escuchas una voz y sabes que debes hacer lo que te está indicando, pero aun así permaneces sentado, viendo a la nada, absorto en tus pensamientos. Recuerdas cuando eras niño y querías crecer para ser doctor, jugabas con tus primos, llenándolos de curitas y fingiendo que les inyectabas alguna medicina para curar quién sabe qué. Los días eran mucho más simples, crecerías y serías el mejor doctor del universo. Punto.

Entonces creciste, y ya no eras tan niño, pero ¡Cuánto te faltaba por aprender! Entendiste que ya no querías ser médico, pues no era simplemente recomendar alguna medicina a alguien y luego darle una chupeta, deseándole que se recuperara pronto, además, la medicina estaba empezando a perder prestigio y en tus planes no podía faltar la casa con piscina. Entonces, fue cuando tomaste la decisión, construirías grandes edificios como los que ves en las películas que tanto te gustan. Veías tu nombre en todos los periódicos del mundo ¡Ha sido construido el edificio más grande del mundo en un país de Latinoamérica! 

Sin darte cuenta suspiraste, te sentiste a morir. Te hiciste mayor, a quién estabas engañando, estabas rodeado de libros, te encantaban los poemas, escribir hacía que tu mente se perdiera en un mundo fantástico que sólo tú conocías. No podías estudiar letras, ¿Cuáles eran las probabilidades de triunfar? Pensaste en esos países donde aquellos que se encargan de la literatura son aclamados, ganan el título de sabios. ¿Qué harías entonces? Tenías poco tiempo para decidir. 

Recuerdas perfectamente el momento en el que les dijiste a tus padres que querías ser abogado. Ambos pensaron que les estabas gastando una broma. 

-Pero mamá, realmente quiero ser abogado.

En realidad no pensaste que esto se convertiría en una complicación para ellos, pero aparentemente estabas equivocado. Tu madre insistía en que fueses médico, y tu padre, un arquitecto. Pero tú, tú estabas seguro que eso no iba a suceder. Después de tomar aquella decisión tu familia se dirigía a ti como si tuvieses algún tipo de enfermedad, trataban de convencerte de lo que querías hacer estaba mal, a medida que pasaba el tiempo aprendiste a no escuchar las críticas.

Pero era en este momento, cuando una mujer hablaba por el altoparlante en el aeropuerto que hubieses deseado prestar algo más de atención. Era la última llamada para tu vuelo y todavía estabas sentado meditando si lo que estabas haciendo era lo correcto. Tu cabeza te susurraba frases desalentadoras: no te engañes, sabes perfectamente que no tienes futuro acá, anda, estira tus brazos, toma tus maletas y retírate con la poca dignidad que te queda. 

Te limpiaste las lágrimas con la manga del suéter a una velocidad increíble, esperando que nadie te hubiese visto. No querías dejar todo por lo que alguna vez hubieses entregado la vida, tus amigos, amigas, esa persona que no sale de tu cabeza, tus padres, tu hogar. Todo quedaba atrás, y sin darte cuenta, cada una de estas cosas, pasarían a ser un recuerdo distante, tal vez unas más que otras. 

Pero ya era muy tarde para pensar en lo que los demás esperaban que hicieras, estabas sentado, listo para irte, es probable que se molestaran contigo, pero sentías que era la decisión correcta.

Llegaste a tu casa, dejaste tus maletas y empezaste a arreglar todo. Quien sabe qué iba a pensar la gente cuando les dijeras que decidiste perder el vuelo y volver a donde perteneces. Es probable que escucharas de nuevo a tus familiares insistirte en huir, no mirar atrás y hacer justamente aquello que no quieres. 

Pero no te importó, no te importó ni un poco porque sabías que aunque alcanzaras el éxito, si no era en ese lugar, y con las personas que ahí estaban, no significaría absolutamente nada. 

Laura Capovilla

EL CASTILLO



-¿Y esto que es mamá? 

Preguntaba el niño mientras intentaba entender que tenía de especial ese montón de escombros que reposaban al frente de él. La madre apretaba, cada vez con más fuerza, la mano de su hijo, intentando hacer caso omiso a las lágrimas que amenazaban con resbalar sobre sus mejillas. Cerró los ojos, tomó aire, y se preparó para hablar:

-Este es el castillo que te dije que visitaríamos en nuestro camino, hijo.

El pequeño entrecerró los ojos, como si en realidad ahí se levantase un castillo invisible, el cual esporádicamente hacía apariciones tan breves, que la única manera de verlo era prestando toda la atención posible. Después de un par de minutos de no ver nada el niño se volteo, decepcionado, hacia su madre:

-Pero, mamá, si acá no hay nada. Son un montón de piedras y vidrios rotos. 

Nadie dijo nada por unos segundos, intentando organizar sus ideas, o esperando que el castillo se construyera por si solo al frente de ellos. De pronto se escuchó un portazo el cual provocó que tanto la mujer como el niño volvieran a la realidad. Se bajaba del auto, que estaba a unos cuatro metros de la pila de escombros, una chica de unos diecisiete años, la cual, a pesar de su hermosa juventud, se le notaba la obstinación en el rostro. Se acercó a al niño y a la mujer y habló con desespero:

-Déjalo ir mamá, ¿quieres? No importa cuanto lo desees, este patético castillo jamás volverá a ser lo que era. Nadie está interesado en reconstruirlo, todos perdieron las esperanzas desde hace mucho, es cierto, a mí me gustaría verlo como solía ser, pero ya me resigne a que eso no va a pasar, y tu deberías hacer lo mismo. 

La mujer, a pesar de verse bastante joven, tenía un brillo en sus ojos que delataban todo lo que había vivido. Miró a su hija con cara cansada: era evidente que ya habían tenido la misma discusión varias veces y nunca terminaba bien. Cerró los ojos con fuerza, se volteo hacia su hijo y los volvió a abrir:

-Hijo, esto que vez acá, y que ahora para ti no tiene ningún sentido, alguna vez fue un enorme castillo. Empezó como un terreno vacío, manos trabajadoras se dispusieron a construir una fortaleza que alojaría a todo aquel dispuesto a vivir en armonía dentro de él. Los años pasaron y todo parecía marchar perfecto, empezaron a llegar personas de castillos muy lejanos, dispuestos a trabajar en éste que ofrecía tantas oportunidades. Los campos del castillo se extendían por kilómetros y kilómetros, las tierras más fértiles de toda el área estaban a disposición de los habitantes de la fortificación que cada vez se hacía más grande y fuerte, pues cada vez llegaba gente más competente dispuesta a trabajar por mejorarlo.

La joven, que se encontraba de espalda a los escombros, pues era incapaz de verlos, gritó de rabia y se sentó a llorar. Su hermano se asomó por encima del hombro de su madre, la cual se había puesto a su altura para terminar de contar la historia, logrando tener mejor visión de su hermana. Miro a su madre sin entender absolutamente nada. Entendía que había sido un gran castillo, pero por qué ambas se veían tan afectadas. La mujer supo interpretar la mueca de su hijo y prosiguió con la historia:

-Claro, todo iba de acuerdo al plan, pero nadie sabe por qué, se empezaron a infiltrar personas que no querían cuidar este castillo, sólo buscaban tener y derrochar las riquezas que éste ofrecía. Tu hermana tenía apenas tres años cuando la situación se empezó a salir de control. No sólo eran las personas que habían decidido entrar al castillo sin el fin de ayudar, muchísimos habían perdido el verdadero objetivo. Al principio, éramos todos una familia, luego, se empezó a sembrar la desconfianza y la rabia entre todos, provocando que cada quien se interesara por su bien particular, sin pensar en el daño que se le haría al vecino.

A este punto de la historia, la muchacha, que no paraba de sollozar, había empezado a correr al automóvil. Su madre y hermano la siguieron con la mirada sin intentar detenerla, a pesar de que al jovencito le hubiese gustado gritarle que se quedara para poder entender por qué no paraba de llorar.

-Hijo mío, una vez que amas algo, nunca lo dejas de amar. Siempre vas a tener su recuerdo en tu memoria, ya sean felices o tristes, pero al fin y al cabo, son recuerdos que te trajeron hasta donde estás hoy, sin ellos, no serías quien eres. Tu hermana apenas tenía siete años cuando nos marchamos, la violencia entre las personas se había vuelto muy peligrosa. La gente ya no distinguía entre enemigo o amigo, familiar o desconocido, se había convertido en una guerra permanente. Cuando nos fuimos, no fue un golpe tan grave para ella, el problema fue cuando decidimos regresar.


Madre e hijo voltearon a ver los escombros que descansaban tranquilamente a unos centímetros de ellos, como si fuesen cualquier cosa, como si detrás de ellos no se escondiese una historia. Permanecieron en silencio unos minutos, hasta que el pequeño, después de intentar entender todo lo que le había dicho, trato de pronunciar palabra, pero no pudo.

Ninguno de los dos sabía qué decir, en otra situación totalmente distinta la madre hubiese dicho que nunca es tarde para empezar de nuevo, pero ¿Cómo empezar de nuevo si nadie quiere hacerlo? Y, los que quieren hacerlo, aunque clamen ser hermanos, se tratan como desconocidos o enemigos. 

Tal vez pudiesen haberlo evitado, si tan sólo hubiesen unido sus manos para reconstruir los pedazos que habían empezado a ceder. Si no hubiesen hecho un pacto silencioso en el que todos estaban de acuerdo en aceptar la situación y pretender que en algún momento estaría todo bien, ese castillo seguiría hoy en pie. 

Empezó a sonar la bocina del auto y la mujer volvió a tierra con algunos años encima. Giró la cabeza y vio a su hija haciéndole señas para que volviera al auto. Tomó a su hijo de la mano y caminaron juntos, y antes de desaparecer dentro del carro, la madre le echó un último vistazo a la evidencia de destrucción, y le pareció haber visto por un momento, gente reconstruyendo el castillo, cerró los ojos y volvió su mirada hacia el auto.

Quién sabe, tal vez sea cierto que nunca es tarde para empezar de nuevo. 


Laura Capovilla

Mi madre está cansada

Hoy, después de catorce años, despierta. Asustada asoma su cabeza por la ventana: ¿Qué estará ocurriendo en las calles? ¿Violencia? ¿Tiros? ¿Qué estarán lanzando? ¿Qué estarán quemando?... Toma aire antes de sacar su cabeza por la ventana, para darse cuenta de algo que no esperaba. No había nada, ni violencia, ni tiros, ni muertos, nada. Pudo ver a lo lejos, cómo miles de seguidores fieles acompañaban la urna de ese líder que murió el día de ayer.