-¿Y esto que es mamá?
Preguntaba el niño mientras intentaba entender que tenía de especial ese
montón de escombros que reposaban al frente de él. La madre apretaba, cada vez
con más fuerza, la mano de su hijo, intentando hacer caso omiso a las lágrimas
que amenazaban con resbalar sobre sus mejillas. Cerró los ojos, tomó aire, y se
preparó para hablar:
-Este es el castillo que te dije que visitaríamos en nuestro camino, hijo.
El pequeño entrecerró los ojos, como si en realidad ahí se levantase un
castillo invisible, el cual esporádicamente hacía apariciones tan breves, que
la única manera de verlo era prestando toda la atención posible. Después de un
par de minutos de no ver nada el niño se volteo, decepcionado, hacia su madre:
-Pero, mamá, si acá no hay nada. Son un montón de piedras y vidrios
rotos.
Nadie dijo nada por unos segundos, intentando organizar sus ideas, o
esperando que el castillo se construyera por si solo al frente de ellos. De
pronto se escuchó un portazo el cual provocó que tanto la mujer como el niño
volvieran a la realidad. Se bajaba del auto, que estaba a unos cuatro metros de
la pila de escombros, una chica de unos diecisiete años, la cual, a pesar de su
hermosa juventud, se le notaba la obstinación en el rostro. Se acercó a al niño
y a la mujer y habló con desespero:
-Déjalo ir mamá, ¿quieres? No importa cuanto lo desees, este patético
castillo jamás volverá a ser lo que era. Nadie está interesado en
reconstruirlo, todos perdieron las esperanzas desde hace mucho, es cierto, a mí
me gustaría verlo como solía ser, pero ya me resigne a que eso no va a pasar, y
tu deberías hacer lo mismo.
La mujer, a pesar de verse bastante joven, tenía un brillo en sus ojos
que delataban todo lo que había vivido. Miró a su hija con cara cansada: era
evidente que ya habían tenido la misma discusión varias veces y nunca terminaba
bien. Cerró los ojos con fuerza, se volteo hacia su hijo y los volvió a abrir:
-Hijo, esto que vez acá, y que ahora para ti no tiene ningún sentido,
alguna vez fue un enorme castillo. Empezó como un terreno vacío, manos
trabajadoras se dispusieron a construir una fortaleza que alojaría a todo aquel
dispuesto a vivir en armonía dentro de él. Los años pasaron y todo parecía
marchar perfecto, empezaron a llegar personas de castillos muy lejanos,
dispuestos a trabajar en éste que ofrecía tantas oportunidades. Los campos del
castillo se extendían por kilómetros y kilómetros, las tierras más fértiles de
toda el área estaban a disposición de los habitantes de la fortificación que
cada vez se hacía más grande y fuerte, pues cada vez llegaba gente más
competente dispuesta a trabajar por mejorarlo.
La joven, que se encontraba de espalda a los escombros, pues era incapaz
de verlos, gritó de rabia y se sentó a llorar. Su hermano se asomó por encima
del hombro de su madre, la cual se había puesto a su altura para terminar de
contar la historia, logrando tener mejor visión de su hermana. Miro a su madre
sin entender absolutamente nada. Entendía que había sido un gran castillo, pero
por qué ambas se veían tan afectadas. La mujer supo interpretar la mueca de su
hijo y prosiguió con la historia:
-Claro, todo iba de acuerdo al plan, pero nadie sabe por qué, se empezaron
a infiltrar personas que no querían cuidar este castillo, sólo buscaban tener y
derrochar las riquezas que éste ofrecía. Tu hermana tenía apenas tres años
cuando la situación se empezó a salir de control. No sólo eran las personas que
habían decidido entrar al castillo sin el fin de ayudar, muchísimos habían
perdido el verdadero objetivo. Al principio, éramos todos una familia, luego,
se empezó a sembrar la desconfianza y la rabia entre todos, provocando que cada
quien se interesara por su bien particular, sin pensar en el daño que se le
haría al vecino.
A este punto de la historia, la muchacha, que no paraba de sollozar,
había empezado a correr al automóvil. Su madre y hermano la siguieron con la
mirada sin intentar detenerla, a pesar de que al jovencito le hubiese gustado
gritarle que se quedara para poder entender por qué no paraba de llorar.
-Hijo mío, una vez que amas algo, nunca lo dejas de amar. Siempre vas a
tener su recuerdo en tu memoria, ya sean felices o tristes, pero al fin y al
cabo, son recuerdos que te trajeron hasta donde estás hoy, sin ellos, no serías
quien eres. Tu hermana apenas tenía siete años cuando nos marchamos, la
violencia entre las personas se había vuelto muy peligrosa. La gente ya no
distinguía entre enemigo o amigo, familiar o desconocido, se había convertido
en una guerra permanente. Cuando nos fuimos, no fue un golpe tan grave para
ella, el problema fue cuando decidimos regresar.
Madre e hijo voltearon a ver los escombros que descansaban
tranquilamente a unos centímetros de ellos, como si fuesen cualquier cosa, como
si detrás de ellos no se escondiese una historia. Permanecieron en silencio
unos minutos, hasta que el pequeño, después de intentar entender todo lo que le
había dicho, trato de pronunciar palabra, pero no pudo.
Ninguno de los dos sabía qué decir, en otra situación totalmente
distinta la madre hubiese dicho que nunca es tarde para empezar de nuevo, pero
¿Cómo empezar de nuevo si nadie quiere hacerlo? Y, los que quieren hacerlo,
aunque clamen ser hermanos, se tratan como desconocidos o enemigos.
Tal vez pudiesen haberlo evitado, si tan sólo hubiesen unido sus manos
para reconstruir los pedazos que habían empezado a ceder. Si no hubiesen hecho
un pacto silencioso en el que todos estaban de acuerdo en aceptar la situación
y pretender que en algún momento estaría todo bien, ese castillo seguiría hoy
en pie.
Empezó a sonar la bocina del auto y la mujer volvió a tierra con algunos
años encima. Giró la cabeza y vio a su hija haciéndole señas para que volviera
al auto. Tomó a su hijo de la mano y caminaron juntos, y antes de desaparecer
dentro del carro, la madre le echó un último vistazo a la evidencia de
destrucción, y le pareció haber visto por un momento, gente reconstruyendo el
castillo, cerró los ojos y volvió su mirada hacia el auto.
Quién sabe, tal vez sea cierto que nunca es tarde para empezar de
nuevo.
Laura Capovilla
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