martes, 29 de septiembre de 2015

EL CASTILLO



-¿Y esto que es mamá? 

Preguntaba el niño mientras intentaba entender que tenía de especial ese montón de escombros que reposaban al frente de él. La madre apretaba, cada vez con más fuerza, la mano de su hijo, intentando hacer caso omiso a las lágrimas que amenazaban con resbalar sobre sus mejillas. Cerró los ojos, tomó aire, y se preparó para hablar:

-Este es el castillo que te dije que visitaríamos en nuestro camino, hijo.

El pequeño entrecerró los ojos, como si en realidad ahí se levantase un castillo invisible, el cual esporádicamente hacía apariciones tan breves, que la única manera de verlo era prestando toda la atención posible. Después de un par de minutos de no ver nada el niño se volteo, decepcionado, hacia su madre:

-Pero, mamá, si acá no hay nada. Son un montón de piedras y vidrios rotos. 

Nadie dijo nada por unos segundos, intentando organizar sus ideas, o esperando que el castillo se construyera por si solo al frente de ellos. De pronto se escuchó un portazo el cual provocó que tanto la mujer como el niño volvieran a la realidad. Se bajaba del auto, que estaba a unos cuatro metros de la pila de escombros, una chica de unos diecisiete años, la cual, a pesar de su hermosa juventud, se le notaba la obstinación en el rostro. Se acercó a al niño y a la mujer y habló con desespero:

-Déjalo ir mamá, ¿quieres? No importa cuanto lo desees, este patético castillo jamás volverá a ser lo que era. Nadie está interesado en reconstruirlo, todos perdieron las esperanzas desde hace mucho, es cierto, a mí me gustaría verlo como solía ser, pero ya me resigne a que eso no va a pasar, y tu deberías hacer lo mismo. 

La mujer, a pesar de verse bastante joven, tenía un brillo en sus ojos que delataban todo lo que había vivido. Miró a su hija con cara cansada: era evidente que ya habían tenido la misma discusión varias veces y nunca terminaba bien. Cerró los ojos con fuerza, se volteo hacia su hijo y los volvió a abrir:

-Hijo, esto que vez acá, y que ahora para ti no tiene ningún sentido, alguna vez fue un enorme castillo. Empezó como un terreno vacío, manos trabajadoras se dispusieron a construir una fortaleza que alojaría a todo aquel dispuesto a vivir en armonía dentro de él. Los años pasaron y todo parecía marchar perfecto, empezaron a llegar personas de castillos muy lejanos, dispuestos a trabajar en éste que ofrecía tantas oportunidades. Los campos del castillo se extendían por kilómetros y kilómetros, las tierras más fértiles de toda el área estaban a disposición de los habitantes de la fortificación que cada vez se hacía más grande y fuerte, pues cada vez llegaba gente más competente dispuesta a trabajar por mejorarlo.

La joven, que se encontraba de espalda a los escombros, pues era incapaz de verlos, gritó de rabia y se sentó a llorar. Su hermano se asomó por encima del hombro de su madre, la cual se había puesto a su altura para terminar de contar la historia, logrando tener mejor visión de su hermana. Miro a su madre sin entender absolutamente nada. Entendía que había sido un gran castillo, pero por qué ambas se veían tan afectadas. La mujer supo interpretar la mueca de su hijo y prosiguió con la historia:

-Claro, todo iba de acuerdo al plan, pero nadie sabe por qué, se empezaron a infiltrar personas que no querían cuidar este castillo, sólo buscaban tener y derrochar las riquezas que éste ofrecía. Tu hermana tenía apenas tres años cuando la situación se empezó a salir de control. No sólo eran las personas que habían decidido entrar al castillo sin el fin de ayudar, muchísimos habían perdido el verdadero objetivo. Al principio, éramos todos una familia, luego, se empezó a sembrar la desconfianza y la rabia entre todos, provocando que cada quien se interesara por su bien particular, sin pensar en el daño que se le haría al vecino.

A este punto de la historia, la muchacha, que no paraba de sollozar, había empezado a correr al automóvil. Su madre y hermano la siguieron con la mirada sin intentar detenerla, a pesar de que al jovencito le hubiese gustado gritarle que se quedara para poder entender por qué no paraba de llorar.

-Hijo mío, una vez que amas algo, nunca lo dejas de amar. Siempre vas a tener su recuerdo en tu memoria, ya sean felices o tristes, pero al fin y al cabo, son recuerdos que te trajeron hasta donde estás hoy, sin ellos, no serías quien eres. Tu hermana apenas tenía siete años cuando nos marchamos, la violencia entre las personas se había vuelto muy peligrosa. La gente ya no distinguía entre enemigo o amigo, familiar o desconocido, se había convertido en una guerra permanente. Cuando nos fuimos, no fue un golpe tan grave para ella, el problema fue cuando decidimos regresar.


Madre e hijo voltearon a ver los escombros que descansaban tranquilamente a unos centímetros de ellos, como si fuesen cualquier cosa, como si detrás de ellos no se escondiese una historia. Permanecieron en silencio unos minutos, hasta que el pequeño, después de intentar entender todo lo que le había dicho, trato de pronunciar palabra, pero no pudo.

Ninguno de los dos sabía qué decir, en otra situación totalmente distinta la madre hubiese dicho que nunca es tarde para empezar de nuevo, pero ¿Cómo empezar de nuevo si nadie quiere hacerlo? Y, los que quieren hacerlo, aunque clamen ser hermanos, se tratan como desconocidos o enemigos. 

Tal vez pudiesen haberlo evitado, si tan sólo hubiesen unido sus manos para reconstruir los pedazos que habían empezado a ceder. Si no hubiesen hecho un pacto silencioso en el que todos estaban de acuerdo en aceptar la situación y pretender que en algún momento estaría todo bien, ese castillo seguiría hoy en pie. 

Empezó a sonar la bocina del auto y la mujer volvió a tierra con algunos años encima. Giró la cabeza y vio a su hija haciéndole señas para que volviera al auto. Tomó a su hijo de la mano y caminaron juntos, y antes de desaparecer dentro del carro, la madre le echó un último vistazo a la evidencia de destrucción, y le pareció haber visto por un momento, gente reconstruyendo el castillo, cerró los ojos y volvió su mirada hacia el auto.

Quién sabe, tal vez sea cierto que nunca es tarde para empezar de nuevo. 


Laura Capovilla

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