“Puede ser que estemos condenados a pasar toda nuestra vida en este
lugar extraño e inaccesible. Me hallo aún tan confuso que apenas puedo pensar
con claridad en los hechos del presente o en las posibilidades del futuro. Lo
uno se me presenta a mis sentidos como algo tremendo y lo otro tan negro como
la noche”. (Arthur Conan Doyle. Venezuela, el Mundo Perdido).
Tras un largo trayecto hemos llegado a
las fabulosas tierras de la Gran Sabana. Todo resulta menos atractivo de lo que
pensaba: una estrecha carretera rodeada de bosques que enmascaran la vista de
lo que tanto hemos estado esperando… Pero de pronto, luego de largas horas de
andar y andar, el camino se despeja y observamos con admiración lo que se
magnifica de nuestras tierras venezolanas.
Un grupo de colinas se remontan
alrededor de donde nos encontramos, una especie de bosque le precede. Detrás,
unas montañas pequeñas hacen contraste con los tepuyes que a continuación
predominan y captan nuestra atención a la mañana siguiente de nuestra llegada.
De pronto, una ola de nubes ataca los tepuyes y cubre de manera abrupta nuestro
destino incierto.
Emprendemos el trayecto en carro de una
hora y media desde San Francisco de Yuraní hacia el Parai-tepuy, dispuestos a
llegar a la cima de aquella formación rocosa que esta mañana nos deleitaba con
su grandiosidad.
En nuestra última andanza en carro el
panorama se muestra con un color tan vivo como una pintura, sentimos estar
dentro de un cuadro al contemplar tanta belleza a nuestro alrededor. La sombra
bordea ciertas colinas y el sol resalta el magnífico verdor de otros pequeños
relieves y unos cuantos arbustos. Una especie de innumerables Ávila, uno detrás
de otro, vienen a nuestros ojos luego de empezar el ascenso hacia lo que sería
el comienzo de una aventura inesperada.
Fuera del carro, el camino empieza…
Esta es la clave: “caminar para llegar”… Todos pensamos en lo mismo, nuestras
ilusiones incrementan a medida que el camino se hace más corto y a la vista más
largo, “camina y llegaremos” resulta nuestro consuelo, pero tras horas de dura
caminata decidimos parar y pensar en dónde nos hemos metido realmente.
Las esperanzas se pierden, creemos que
llegaremos mañana, quizás pasado o quizás nunca… Los segundos pasan como
minutos, los minutos como horas y las horas como días; el caminar se dificulta,
las piedras abundan y el agua escasea en las últimas horas de camino hacia
nuestro destino. Todo depende de nuestro instinto de supervivencia, de nuestra
fuerza de voluntad.
La vista es un espectáculo, parece que
estamos cada vez más cerca del Roraima, podemos ver la proa y también el otro
extremo del tepuy; las nubes se han despejado y la vista es algo que nunca
olvidaré. En la parte de abajo nuestro paisaje sigue siendo el de la hermosa
pintura, y arriba, delante de nosotros, la formación rocosa más antigua del
planeta, constituida de rocas marrones grisáceas de formas singulares, que
resaltan en la superficie terrestre y que predominan con una belleza fuera de
lo común.
Así alcanzamos la cima, con aquel
magnífico panorama que nos ofrecía el camino, así fue cómo subimos, con las
botas llenas de lodo, pesadas por el agua, con hombros y pies adormecidos, con
la esperanza de al fin llegar a la cima de aquello que en todo nuestro camino
se veía incierto, aquello que luego de más de quince horas de caminata se veía
imposible de alcanzar. Aquello que será imposible olvidar por el resto de mi
vida…
Gabriel Capriles
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