martes, 29 de septiembre de 2015

Adelanto de las "Crónicas de un excursionista desesperado"



“Puede ser que estemos condenados a pasar toda nuestra vida en este lugar extraño e inaccesible. Me hallo aún tan confuso que apenas puedo pensar con claridad en los hechos del presente o en las posibilidades del futuro. Lo uno se me presenta a mis sentidos como algo tremendo y lo otro tan negro como la noche”. (Arthur Conan Doyle. Venezuela, el Mundo Perdido).

Tras un largo trayecto hemos llegado a las fabulosas tierras de la Gran Sabana. Todo resulta menos atractivo de lo que pensaba: una estrecha carretera rodeada de bosques que enmascaran la vista de lo que tanto hemos estado esperando… Pero de pronto, luego de largas horas de andar y andar, el camino se despeja y observamos con admiración lo que se magnifica de nuestras tierras venezolanas.

Un grupo de colinas se remontan alrededor de donde nos encontramos, una especie de bosque le precede. Detrás, unas montañas pequeñas hacen contraste con los tepuyes que a continuación predominan y captan nuestra atención a la mañana siguiente de nuestra llegada. De pronto, una ola de nubes ataca los tepuyes y cubre de manera abrupta nuestro destino incierto.

Emprendemos el trayecto en carro de una hora y media desde San Francisco de Yuraní hacia el Parai-tepuy, dispuestos a llegar a la cima de aquella formación rocosa que esta mañana nos deleitaba con su grandiosidad.

En nuestra última andanza en carro el panorama se muestra con un color tan vivo como una pintura, sentimos estar dentro de un cuadro al contemplar tanta belleza a nuestro alrededor. La sombra bordea ciertas colinas y el sol resalta el magnífico verdor de otros pequeños relieves y unos cuantos arbustos. Una especie de innumerables Ávila, uno detrás de otro, vienen a nuestros ojos luego de empezar el ascenso hacia lo que sería el comienzo de una aventura inesperada.

Fuera del carro, el camino empieza… Esta es la clave: “caminar para llegar”… Todos pensamos en lo mismo, nuestras ilusiones incrementan a medida que el camino se hace más corto y a la vista más largo, “camina y llegaremos” resulta nuestro consuelo, pero tras horas de dura caminata decidimos parar y pensar en dónde nos hemos metido realmente.

Las esperanzas se pierden, creemos que llegaremos mañana, quizás pasado o quizás nunca… Los segundos pasan como minutos, los minutos como horas y las horas como días; el caminar se dificulta, las piedras abundan y el agua escasea en las últimas horas de camino hacia nuestro destino. Todo depende de nuestro instinto de supervivencia, de nuestra fuerza de voluntad.

La vista es un espectáculo, parece que estamos cada vez más cerca del Roraima, podemos ver la proa y también el otro extremo del tepuy; las nubes se han despejado y la vista es algo que nunca olvidaré. En la parte de abajo nuestro paisaje sigue siendo el de la hermosa pintura, y arriba, delante de nosotros, la formación rocosa más antigua del planeta, constituida de rocas marrones grisáceas de formas singulares, que resaltan en la superficie terrestre y que predominan con una belleza fuera de lo común.

Así alcanzamos la cima, con aquel magnífico panorama que nos ofrecía el camino, así fue cómo subimos, con las botas llenas de lodo, pesadas por el agua, con hombros y pies adormecidos, con la esperanza de al fin llegar a la cima de aquello que en todo nuestro camino se veía incierto, aquello que luego de más de quince horas de caminata se veía imposible de alcanzar. Aquello que será imposible olvidar por el resto de mi vida…


Gabriel Capriles

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