Quizá sea el lenguaje de Gallegos lo que nunca olvidaremos de su
inolvidable novela; quizá nos haya aburrido con su costumbrismo o nos haya
desagradado con su inusual descripción. Pero nunca nos habrá decepcionado ya
que su elocuente manera de hacer sentir nuestro país como verdaderamente
nuestro será no más que un preciado orgullo el cual siempre le estaremos
agradecidos.
Pero dentro de ese agradecimiento corre una gran obra maestra, una
novela que debe dejar por fuera todo prejuicio para disfrutar verdaderamente de
lo que muchas veces, aun siendo venezolanos, nos pasa desapercibido. Se trata
pues de nuestra historia y tradiciones, del venezolano campesino de la época,
de la participación vulgar del extranjero en nuestras tierras y del
cuestionamiento moral entre el bien y el mal, la justicia y la injusticia, que
se desata en estos ambientes llaneros.
Cada personaje muestra una importancia en particular y no se descuidan
en su construcción como participante de la historia. Tal es el caso de
Pajarote, representante del campesino fiel; Marisela, mujer dada a los llanos;
Santos Luzardo, el caraqueño adinerado que aún mantiene sus raíces llaneras;
Doña Bárbara, mujer envidiosa y soberbia, de esperanzas perdidas y de amor roto
por las barbaridades de los hombres, representante del mal, relacionada con la
brujería y con el Diablo mismo; Lorenzo Barquero, víctima del mal; Balbino
Paiba, el mayordomo; Melquíades, el Brujeador…
Las distintas metáforas a las que Gallegos expone a alguno de sus
personajes llamaran nuestra atención. En el caso de la Domesticación de la
yegua Catira relacionada con la transformación de Marisela de niña de selva a
mujer decente; en el caso de los Rebullones, especie de zamuros ficticios,
comparados con la maldad de Doña Bárbara. Toda una narrativa exquisita dará
paso a una historia fascinante que solo un venezolano puede comprender en su
totalidad.
Altamira resulta ser el lugar donde crueles acciones se llevan a cabo:
la injusta repartición de tierras, la profanación de pertenencias ajenas y la
ausencia de justicia alguna que acabe con la iniquidad y las atrocidades
cometidas por nuestro personaje central.
La novela comienza de forma negativa, el odio entre hermanos, el
incumplimiento de las leyes, la violencia como respuesta a disgustos y un
constante separatismo venezolano. Pero la esperanza regresa, la lucha del
venezolano correcto llega a unir bandos, a acabar con aquel odio impuesto por
Doña Bárbara para hacer de Altamira una tierra justa y libre, donde cada uno de
los venezolanos reconoce sus derechos y deberes.
Santos Luzardo busca poner las cercas, poner límites entre un lugar y
otro; hace saber hasta dónde llegan los derechos de cada individuo y la
necesidad de cumplirse con justicia.
Pero… ¿con qué nos encontramos? Nos encontramos con el miedo al futuro
de estas preciadas tierras, presente en todos los campesinos; pues campesino
que no tenga miedo en momentos como estos resulta ser un insensato. Pero, como
Pajarote y Santos Luzardo, el que no tenga esperanzas es un desarmado ya que,
como decía un amigo, la lucha y el optimismo es el único remedio contra la
presencia del odio, el separatismo entre hermanos Barqueros y Luzarderos, y la
injusticia.
Gabriel Capriles
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