Escuchas una voz y sabes que debes hacer lo que te está indicando, pero
aun así permaneces sentado, viendo a la nada, absorto en tus pensamientos.
Recuerdas cuando eras niño y querías crecer para ser doctor, jugabas con tus
primos, llenándolos de curitas y fingiendo que les inyectabas alguna medicina
para curar quién sabe qué. Los días eran mucho más simples, crecerías y serías
el mejor doctor del universo. Punto.
Entonces creciste, y ya no eras tan niño, pero ¡Cuánto te faltaba por
aprender! Entendiste que ya no querías ser médico, pues no era simplemente
recomendar alguna medicina a alguien y luego darle una chupeta, deseándole que
se recuperara pronto, además, la medicina estaba empezando a perder prestigio y
en tus planes no podía faltar la casa con piscina. Entonces, fue cuando tomaste
la decisión, construirías grandes edificios como los que ves en las películas
que tanto te gustan. Veías tu nombre en todos los periódicos del mundo ¡Ha sido
construido el edificio más grande del mundo en un país de Latinoamérica!
Sin darte cuenta suspiraste, te sentiste a morir. Te hiciste mayor, a
quién estabas engañando, estabas rodeado de libros, te encantaban los poemas,
escribir hacía que tu mente se perdiera en un mundo fantástico que sólo tú
conocías. No podías estudiar letras, ¿Cuáles eran las probabilidades de
triunfar? Pensaste en esos países donde aquellos que se encargan de la
literatura son aclamados, ganan el título de sabios. ¿Qué harías entonces?
Tenías poco tiempo para decidir.
Recuerdas perfectamente el momento en el que les dijiste a tus padres
que querías ser abogado. Ambos pensaron que les estabas gastando una
broma.
-Pero mamá, realmente quiero ser abogado.
En realidad no pensaste que esto se convertiría en una complicación para
ellos, pero aparentemente estabas equivocado. Tu madre insistía en que fueses
médico, y tu padre, un arquitecto. Pero tú, tú estabas seguro que eso no iba a
suceder. Después de tomar aquella decisión tu familia se dirigía a ti como si
tuvieses algún tipo de enfermedad, trataban de convencerte de lo que querías
hacer estaba mal, a medida que pasaba el tiempo aprendiste a no escuchar las
críticas.
Pero era en este momento, cuando una mujer hablaba por el altoparlante
en el aeropuerto que hubieses deseado prestar algo más de atención. Era la
última llamada para tu vuelo y todavía estabas sentado meditando si lo que
estabas haciendo era lo correcto. Tu cabeza te susurraba frases desalentadoras:
no te engañes, sabes perfectamente que no tienes futuro acá, anda, estira tus
brazos, toma tus maletas y retírate con la poca dignidad que te queda.
Te limpiaste las lágrimas con la manga del suéter a una velocidad
increíble, esperando que nadie te hubiese visto. No querías dejar todo por lo
que alguna vez hubieses entregado la vida, tus amigos, amigas, esa persona que
no sale de tu cabeza, tus padres, tu hogar. Todo quedaba atrás, y sin darte
cuenta, cada una de estas cosas, pasarían a ser un recuerdo distante, tal vez
unas más que otras.
Pero ya era muy tarde para pensar en lo que los demás esperaban que
hicieras, estabas sentado, listo para irte, es probable que se molestaran contigo,
pero sentías que era la decisión correcta.
Llegaste a tu casa, dejaste tus maletas y empezaste a arreglar todo.
Quien sabe qué iba a pensar la gente cuando les dijeras que decidiste perder el
vuelo y volver a donde perteneces. Es probable que escucharas de nuevo a tus
familiares insistirte en huir, no mirar atrás y hacer justamente aquello que no
quieres.
Pero no te importó, no te importó ni un poco porque sabías que aunque
alcanzaras el éxito, si no era en ese lugar, y con las personas que ahí estaban,
no significaría absolutamente nada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario