martes, 29 de septiembre de 2015

Para el desanimado


Escuchas una voz y sabes que debes hacer lo que te está indicando, pero aun así permaneces sentado, viendo a la nada, absorto en tus pensamientos. Recuerdas cuando eras niño y querías crecer para ser doctor, jugabas con tus primos, llenándolos de curitas y fingiendo que les inyectabas alguna medicina para curar quién sabe qué. Los días eran mucho más simples, crecerías y serías el mejor doctor del universo. Punto.

Entonces creciste, y ya no eras tan niño, pero ¡Cuánto te faltaba por aprender! Entendiste que ya no querías ser médico, pues no era simplemente recomendar alguna medicina a alguien y luego darle una chupeta, deseándole que se recuperara pronto, además, la medicina estaba empezando a perder prestigio y en tus planes no podía faltar la casa con piscina. Entonces, fue cuando tomaste la decisión, construirías grandes edificios como los que ves en las películas que tanto te gustan. Veías tu nombre en todos los periódicos del mundo ¡Ha sido construido el edificio más grande del mundo en un país de Latinoamérica! 

Sin darte cuenta suspiraste, te sentiste a morir. Te hiciste mayor, a quién estabas engañando, estabas rodeado de libros, te encantaban los poemas, escribir hacía que tu mente se perdiera en un mundo fantástico que sólo tú conocías. No podías estudiar letras, ¿Cuáles eran las probabilidades de triunfar? Pensaste en esos países donde aquellos que se encargan de la literatura son aclamados, ganan el título de sabios. ¿Qué harías entonces? Tenías poco tiempo para decidir. 

Recuerdas perfectamente el momento en el que les dijiste a tus padres que querías ser abogado. Ambos pensaron que les estabas gastando una broma. 

-Pero mamá, realmente quiero ser abogado.

En realidad no pensaste que esto se convertiría en una complicación para ellos, pero aparentemente estabas equivocado. Tu madre insistía en que fueses médico, y tu padre, un arquitecto. Pero tú, tú estabas seguro que eso no iba a suceder. Después de tomar aquella decisión tu familia se dirigía a ti como si tuvieses algún tipo de enfermedad, trataban de convencerte de lo que querías hacer estaba mal, a medida que pasaba el tiempo aprendiste a no escuchar las críticas.

Pero era en este momento, cuando una mujer hablaba por el altoparlante en el aeropuerto que hubieses deseado prestar algo más de atención. Era la última llamada para tu vuelo y todavía estabas sentado meditando si lo que estabas haciendo era lo correcto. Tu cabeza te susurraba frases desalentadoras: no te engañes, sabes perfectamente que no tienes futuro acá, anda, estira tus brazos, toma tus maletas y retírate con la poca dignidad que te queda. 

Te limpiaste las lágrimas con la manga del suéter a una velocidad increíble, esperando que nadie te hubiese visto. No querías dejar todo por lo que alguna vez hubieses entregado la vida, tus amigos, amigas, esa persona que no sale de tu cabeza, tus padres, tu hogar. Todo quedaba atrás, y sin darte cuenta, cada una de estas cosas, pasarían a ser un recuerdo distante, tal vez unas más que otras. 

Pero ya era muy tarde para pensar en lo que los demás esperaban que hicieras, estabas sentado, listo para irte, es probable que se molestaran contigo, pero sentías que era la decisión correcta.

Llegaste a tu casa, dejaste tus maletas y empezaste a arreglar todo. Quien sabe qué iba a pensar la gente cuando les dijeras que decidiste perder el vuelo y volver a donde perteneces. Es probable que escucharas de nuevo a tus familiares insistirte en huir, no mirar atrás y hacer justamente aquello que no quieres. 

Pero no te importó, no te importó ni un poco porque sabías que aunque alcanzaras el éxito, si no era en ese lugar, y con las personas que ahí estaban, no significaría absolutamente nada. 

Laura Capovilla

No hay comentarios:

Publicar un comentario