martes, 29 de septiembre de 2015

Entre El Poder y La Locura


Cada líder venezolano ha mostrado características propias distintas entre sí: la imprudencia del general Castro con la prudencia del general Gómez; el demócrata incompleto (Medina) con el demócrata completo (Gallegos); el mando de militares, el gobierno de civiles. Todo notable en nuestra historia republicana, en la historia de una Venezuela impaciente, indecisa, desequilibrada.
                
Y aquel desequilibrio ¿a qué se debe? A la figura heroica que se le ha dado o que se ha tomado para sí el líder principal, el intento de Bolívar que una y otra vez desea sacar a un pueblo de la desgracia pero que lo estanca, lo degrada aún más. Aquel líder de cuarteles que manda, no gobierna; aquel ser ambicioso, cegado por la posibilidad de poder; o aquel líder, casi mágico, que decepciona y se contradice contra su propia ideología; aquel civil, que no responde a las necesidades básicas de nuestro país.
                
Pero al llegar el momento del cambio, la situación esperada por la desesperanzada suerte política venezolana,  se esfuma como el viento; se llega a creer nuevamente que el mando venezolano lo tiene quien manda, con mano dura; no quien gobierna, con eficacia e inteligencia.
                
Nuestra historia lo demuestra en un caso muy particular. Me refiero a la desdichada situación de Diógenes Escalante, en el que todos guardábamos grandes esperanzas, en la que la unión política venezolana al fin se veía resuelta; en el hombre que tras trazar un proyecto para la reconstrucción venezolana, un proyecto democrático, dispuesto a sacar a Venezuela de sus desgracias, se ahogó en ellas primero

Sus intentos fallidos para ser presidente fueron dos, a causa del militarismo tachirense, y una tercera a causa de su locura, la locura que despedazó la democracia que se intentaba implantar con Rómulo Bethancourt, aquella que llego a su pronto fin cuando éste le dio un golpe de Estado a Medina e intentó establecerse fracasadamente con la corta presencia del gran escritor Rómulo Gallegos; aquella de la que no vemos fruto alguno en la actualidad.

Pero centrémonos en la locura de nuestro personaje, muy bien trazada y definida por Francisco Suniaga en su libro el Pasajero de Truman; aquel Diógenes capaz, correcto y trabajador que por varias contrariedades termino perdiendo la cabeza, aquel ser que se sintió acosado en sus últimos años por la presencia y opresión de la política venezolana, de la corrupción en nuestros decadentes periodos presidenciales que lo llevo a la locura y a la obligación de verse incapacitado para la lucha constante de “héroes” que nunca terminan convenciendo, que gran parte de las veces resultan ser una decepción.

Es que la política es un juego de poder donde todo está dispuesto a ser cogido por la mano dura, para aquel que juegue sólo por la necesidad de saciar su ambición. Y la ambición mata, la ambición enloquece y fue la que la llevó a Diógenes a terminar en la locura, en una situación indigna para una persona tan respetada.

El poder, aquel que todo ser humano desea, termina trastornando nuestros ser, confrontando a uno con su yo interno, llevándolo a la desesperación, al precipicio, por exceso de ambición y por la imposibilidad de verla saciada.


Gabriel Capriles

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