martes, 29 de septiembre de 2015

La Reivindicación del Silencio


Escribiré – glosando un mensaje del papa emérito Benedicto XVI para la XVI Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales – sobre un tema un poco olvidado, y aún menos querido, en nuestra sociedad actual: el silencio. 

“Deseo compartir con vosotros algunas reflexiones sobre un aspecto del proceso humano de la comunicación que, siendo muy importante, a veces se olvida y hoy es particularmente necesario recordar. Se trata de la relación entre el silencio y la palabra: dos momentos de la comunicación que deben equilibrarse, alternarse e integrarse para obtener un auténtico diálogo y una profunda cercanía entre las personas”. En muchas ocasiones, recorremos la vida en un continuo monólogo – interior y exterior – que impide un verdadero diálogo – de tú a tú, sin “anonimato” – con los demás, pretendiendo a toda costa que éstos nos escuchen sin darles el derecho que tienen de ser escuchados, lo que al fin y al cabo impide la cercanía entre las personas. Por lo tanto, y aunque sea un ejercicio difícil, debemos encontrar un “justo medio” entre el silencio y la palabra ya que “cuando estas realidades se excluyen mutuamente, la comunicación se deteriora, ya sea porque provoca un cierto aturdimiento o porque, por el contrario, crea un clima de frialdad”. Sin el silencio no existen palabras con densidad de contenido. 

En una sociedad reverberante, rápidamente cambiante y ruidosa, no hay tiempo ni lugar para plantearse la importancia del silencio, y es que precisamente necesitamos estar en silencio para plantearnos esa interrogante. 

“En el silencio escuchamos y nos conocemos mejor a nosotros mismos; nace y se profundiza el pensamiento”. No parece exagerado afirmar que el hombre actual tiene una gran crisis de conocimiento propio y de reflexión interior, lo que tiene como punto final la crisis de valores que hoy vivimos: si se desconoce la pequeñez e inclinación al mal que todos los hombres tienen por naturaleza, no se lucha contra ello y se termina justificando cualquier acción delictuosa; porque o se vive como se piensa, o se termina pensando como se vive. 

Es el silencio el ambiente propicio para plantearnos las preguntas últimas de la existencia humana: ¿Quién soy?, ¿Qué sentido tiene mi vida?, ¿Qué debo hacer?; así como para “favorecer el necesario discernimiento entre los numerosos estímulos y respuestas que recibimos, y para reconocer asimismo las preguntas verdaderamente importantes (…) El hombre no puede quedar satisfecho con un sencillo y tolerante intercambio de opiniones escépticas y de experiencias de vida”, sino que tiene que ir más allá, siempre en búsqueda de verdades que den sentido y esperanza a su existencia. 

En el silencio también aprendemos a amar a los demás de una manera delicada, olvidándonos de nosotros mismos. “Callando se permite hablar a la persona que tenemos delante, expresarse a sí misma; y a nosotros no permanecer aferrados sólo a nuestras ideas”. De esta manera, la relación humana se hace más plena. “En el silencio, por ejemplo, se acogen los momentos más auténticos de la comunicación entre los que se aman: la gestualidad, la expresión del rostro, el cuerpo como signo que manifiestan a la persona (…) del silencio, por tanto, brota una comunicación más exigente todavía, que evoca la sensibilidad y la capacidad de escucha que a menudo desvela la medida y la naturaleza de las relaciones”. 

En la sociedad actual se hace necesaria una reivindicación del silencio, invitando a la gente a hacer silencio – no solo exterior, sino interior – lo “que, a veces, puede ser más elocuente que una respuesta apresurada y que permite a quién se interroga entrar en lo más recóndito de sí mismo y abrirse al camino de respuesta que Dios ha escrito en su corazón”.

Alberto Minguet



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