Hace aproximadamente una semana, mi mamá se sentó a mi lado mientras yo
veía televisión y muy seriamente me pregunto "Laura, ¿por qué ya no
escribes más?". Me quede callada por un momento, sé cuánto le gusta a ella
leer mis momentos de inspiración transmitidos a un papel. Desde que le mostré
mi primer escrito mi madre quedó enganchada con mis palabras que para mí no son
tan impresionantes pero para ella son una forma de ver que no todo está
perdido.
Aunque me hubiese gustado darle una razón con fundamento del porque ya
no estaba escribiendo, lo único que supe decir fue "No sé, no he
podido".
Tal vez a ella le dolieron estas palabras, pero no tanto como a
mí.
Entendí entonces que algo tenía que hacer al respecto pues estaba
cayendo en una situación que sería irreparable si no la atacaba a tiempo:
estaba perdiendo mis esperanzas, mis ganas.
Mi madre entonces me recomendó asistir a algún lugar que me ayudaría a
ponerme en pie poco a poco, sin embargo siempre he pensado que si yo no me
quiero ayudar a mí misma, no hay fuerza en el mundo que logre levantarme.
Los días pasaron y aunque entendí lo que me ocurría, no encontraba la
manera de curarme de tal letal enfermedad y a medida que avanzaba el día, me
parecía cada vez más difícil: personas de diferentes creencias religiosas
mueren en manos de radicales, líderes sedientos de poder olvidan sus promesas y
ven a su pueblo morir de hambre mientras celebran un banquete con presidentes
de países aún más pobres, políticos y figuras importantes abandonaban sus
ideales por montones de papeles que más tarde podrían intercambiar por bienes y
servicios, y lo digo así para que no olvidemos jamás que estas personas
traicionan sus principios por algo que no es más sino un montón de papel. Tenía
incontables razones para pensar que la raza humana, desgraciadamente, se
deshumanizaba cada vez más.
Fue entonces cuando empecé a trabajar con mis padres y vi a mi hermana
mayor, muy joven aun, desesperada por su trabajo, la inseguridad, el salario,
su casa, y muchas otras cosas, pero aun así conseguía sonreír, cocinar sus
comidas fit y no abandonar a las personas que la hacían feliz. Pensé entonces
que posiblemente en un par de años, estaría yo en su lugar pero sin hacer las
cosas que me llenan por dentro y mucho menos estar al tanto de la vida de mis
seres queridos. Y fue, por esto tan pequeño, que me di cuenta, que aunque hayan
cosas malas, tenemos todas las buenas que nos dan los empujones hacia adelante.
Dejamos pasar los eventos velozmente y no apreciamos lo que cada uno de
ellos trae consigo, por ejemplo: ¿cuantas personas se quedaran anonadadas
viendo la luna llena cada 28 días? Probablemente muy pocas, pues la mayoría
estará pensando en el mal día que tuvo en el trabajo o lo terrible que va a ser
mañana; y ahí está: un maravilloso evento perdido por algo que ya pasó y algo
que no se sabe si pasará.
Es cierto, existe sufrimiento en todo el mundo, injusticia, gente
muriendo de hambre mientras otros se enriquecen a costa de los demás. Pero si
basamos nuestra vida en todas las cosas malas que pasan y dejamos ir las
buenas, no estaríamos viviendo para nada. Pero no me mal interpreten, no hablo
de ignorar aquello que no está bien, hablo de comprender que no todo puede
estar bien todo el tiempo pero que no todo el tiempo, todo va a estar
mal.
Entendí entonces que en un mundo donde nacimos para vivir, la mayoría
existe para sobrevivir, que dejamos pasar las personas y cosas que más nos
hacen feliz porque estamos enfocados en que hay cosas malas y así, las buenas
pierden nuestra atención.
Aunque esto parezca un mensaje de esos típicos, que se escriben para
darle falsas esperanzas a los demás y hacerlos ver que todo está bien (aunque
ya anteriormente deje en claro que no lo está, pero aun así no nos podemos
detener), es en realidad mi porqué y cómo me cure de ese cáncer que apenas con
18 años me iba destruyendo lentamente, que escribo para no olvidar y comparto
para quien lo pueda necesitar.
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