martes, 29 de septiembre de 2015

A quien pueda interesar


Hace aproximadamente una semana, mi mamá se sentó a mi lado mientras yo veía televisión y muy seriamente me pregunto "Laura, ¿por qué ya no escribes más?". Me quede callada por un momento, sé cuánto le gusta a ella leer mis momentos de inspiración transmitidos a un papel. Desde que le mostré mi primer escrito mi madre quedó enganchada con mis palabras que para mí no son tan impresionantes pero para ella son una forma de ver que no todo está perdido. 

Aunque me hubiese gustado darle una razón con fundamento del porque ya no estaba escribiendo, lo único que supe decir fue "No sé, no he podido".

Tal vez a ella le dolieron estas palabras, pero no tanto como a mí. 

Entendí entonces que algo tenía que hacer al respecto pues estaba cayendo en una situación que sería irreparable si no la atacaba a tiempo: estaba perdiendo mis esperanzas, mis ganas. 

Mi madre entonces me recomendó asistir a algún lugar que me ayudaría a ponerme en pie poco a poco, sin embargo siempre he pensado que si yo no me quiero ayudar a mí misma, no hay fuerza en el mundo que logre levantarme. 

Los días pasaron y aunque entendí lo que me ocurría, no encontraba la manera de curarme de tal letal enfermedad y a medida que avanzaba el día, me parecía cada vez más difícil: personas de diferentes creencias religiosas mueren en manos de radicales, líderes sedientos de poder olvidan sus promesas y ven a su pueblo morir de hambre mientras celebran un banquete con presidentes de países aún más pobres, políticos y figuras importantes abandonaban sus ideales por montones de papeles que más tarde podrían intercambiar por bienes y servicios, y lo digo así para que no olvidemos jamás que estas personas traicionan sus principios por algo que no es más sino un montón de papel. Tenía incontables razones para pensar que la raza humana, desgraciadamente, se deshumanizaba cada vez más. 


Fue entonces cuando empecé a trabajar con mis padres y vi a mi hermana mayor, muy joven aun, desesperada por su trabajo, la inseguridad, el salario, su casa, y muchas otras cosas, pero aun así conseguía sonreír, cocinar sus comidas fit y no abandonar a las personas que la hacían feliz. Pensé entonces que posiblemente en un par de años, estaría yo en su lugar pero sin hacer las cosas que me llenan por dentro y mucho menos estar al tanto de la vida de mis seres queridos. Y fue, por esto tan pequeño, que me di cuenta, que aunque hayan cosas malas, tenemos todas las buenas que nos dan los empujones hacia adelante. 

Dejamos pasar los eventos velozmente y no apreciamos lo que cada uno de ellos trae consigo, por ejemplo: ¿cuantas personas se quedaran anonadadas viendo la luna llena cada 28 días? Probablemente muy pocas, pues la mayoría estará pensando en el mal día que tuvo en el trabajo o lo terrible que va a ser mañana; y ahí está: un maravilloso evento perdido por algo que ya pasó y algo que no se sabe si pasará. 

Es cierto, existe sufrimiento en todo el mundo, injusticia, gente muriendo de hambre mientras otros se enriquecen a costa de los demás. Pero si basamos nuestra vida en todas las cosas malas que pasan y dejamos ir las buenas, no estaríamos viviendo para nada. Pero no me mal interpreten, no hablo de ignorar aquello que no está bien, hablo de comprender que no todo puede estar bien todo el tiempo pero que no todo el tiempo, todo va a estar mal. 

Entendí entonces que en un mundo donde nacimos para vivir, la mayoría existe para sobrevivir, que dejamos pasar las personas y cosas que más nos hacen feliz porque estamos enfocados en que hay cosas malas y así, las buenas pierden nuestra atención.


Aunque esto parezca un mensaje de esos típicos, que se escriben para darle falsas esperanzas a los demás y hacerlos ver que todo está bien (aunque ya anteriormente deje en claro que no lo está, pero aun así no nos podemos detener), es en realidad mi porqué y cómo me cure de ese cáncer que apenas con 18 años me iba destruyendo lentamente, que escribo para no olvidar y comparto para quien lo pueda necesitar.

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