Hitler quería ser omnipotente, se creía una especie de Dios mientras que
en realidad era un ser igual a cada uno de nosotros; pero de aquella soberbia
surgió lo peor: la creencia de que su raza, la alemana, era la perfecta, era la
única en esta tierra de ser digna; y él, como líder de esta raza, debía ser
tomado como un Dios.
Con esto nos viene a la mente diversas hipótesis, lo que aquellas
personas alocadas que cambiaron al mundo pudieron hacer para resaltar su
figura, para verse dominantes dentro de su grupo de aduladores. Es absurdo
pensar en cosas estúpidas que ya no tienen cabida en nuestra sociedad pero es
aceptado crear diversas hipótesis, leyendas o fantasías, que nos hagan pensar
en lo que pudo haber pasado, ya que la historia, como todo en la vida, nos esconde
verdades y dentro de ellas siempre hay alguien de por medio que recrea un juego
infalible que impide su descubrimiento.
Tal es el caso de “Los Niños del Brasil”, película
dirigida por Franklin J.Schaffner basada en la novela escrita por Ira Levin donde
se origina una trama misteriosa, atractiva y a la vez terrorífica.
Sin embargo, esta hipótesis no viene al caso de la realidad escondida,
viene a ser más bien una leyenda destinada al entretenimiento o quizás al
terror del género humano, basada en el producto de la soberbia del III Reich y
del avance científico.
La trama de la película se desenvuelve en América Latina donde el médico
y nazi ferviente Eugene Menguele (Gregory Peck), logra mutar los genes de
Hitler y crear una generación de noventa y cuatro muchachos con las mismas
cualidades del antiguo líder. Para ello debe dar en adopción a los “pequeños
Hitler” producto de los seres experimentados en América Latina que
lograban generar, tras aquella manipulación científica, las mutaciones humanas del
alemán.
Vemos cómo la mutación alcanza su objetivo, y no sólo esto, sino que
también llega a atentar contra la humanidad entera, queriendo multiplicar seres
capaces de destruir este planeta. Se hace una crítica notable hacia este avance
científico demostrando que sus resultados podrían ser catastróficos y que el
propio progreso humano puede llegar a convertirse en nuestro peor enemigo.
La raza aria, o la raza nazi, era el modelo de perfección a seguir; los
alemanes quizás menos inhumanos que los rusos, detestaban a todas las razas
distintas a la suya por no tener sus mismas características físicas, ya que la
suya era la única “perfecta”. Por ende, deseaban destruirlos,
acabarlos por completo con el fin de subsistir únicamente ellos.
El modelo de Hitler a imitar, producto de sus genes extraídos por
Menguele antes de su muerte, es un niño de color blanco, muy pálido, fuerte,
con pelo liso de color negro y ojos azules penetrantes; debía tener un padre de
veinte años mayor que la madre y que debía morir a los sesenta y cinco mientras
ella tuviera veinticuatro, y él, el pequeño Adolfo, catorce. Repitiendo así la
infancia del líder en cada una de las mutaciones y a futuro su desarrollo como
persona.
El personaje principal de la película, Ezra Lieberman, periodista judío
que se propone a cazar nazis, tenía como fin vengarse de sus antiguos
opresores, luego de ser maltratado en los campos de concentración nazis; o, más
bien, quería acabar de una vez por todas con el mal aún existente ¿Lo logra
conseguir? Pues valdrá la pena ver esta excelente película para descubrirlo.
Gabriel Capriles
El Síndrome de Peter Pan
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