martes, 29 de septiembre de 2015

La Labor Incompleta


Todo se trataba justamente de eso, de expresar la belleza en representaciones artísticas mas bien retóricas, que retorcían la vida de los grandes, que desdeñaba la innovación incesante de los maestros, aquella que colgaba de la pendiente de la esteticidad.

Así fue como Rubens captó esas tres figuras, sonrosadas damas desnudas que posaban en el bosque. Las Tres Gracias llegaron a la vida; cada diosa descansaba luego de haber recorrido sin control la naturaleza entera, disfrutando su estadía en la tierra mortal, en la tierra fértil de los frutos jugosos, la tierra desconfiada de las desgracias de los hombres y de sus engañosos placeres, la vida temporal en tierra de humanos, de la que de vez en cuando, los inmortales se gloriaban de su nombre.

Pero todo era distinto, ahora la perfección del arte excedía de estilos; combinaba cada maestro para obtener su mejor legado, aquello de lo que más se asemejaba a la “belleza de la perfección”.

De aquí surgió lo abstracto, la utilidad de lo invisible, la visibilidad de lo ficticio. Todo fue representado de una y otras maneras, todo fue captado por un público numeroso que se excedía en la apreciación de este arte. Muchos captaban algo distinto que lo verdaderamente expuesto por el artista; pocos podían reconocer el verdadero motivo de pintores como Pollock que tras brochazos infinitos buscaba compararse con un Rubens o el gran manchón azul con alguna de las Tres Gracias.

La modernidad todo lo relativizaba, hasta el arte lo volvió una suerte de brochazos; pero que al final, siempre guardaban un significado, la verdad escondida, el objetivo del autor. Ya Rubens no se presentaba, las puertas se le cerraban; ya Goya era un anciano, el arte escapaba de sus manos; ya Rafael decepcionaba y Tintoretto aburría, porque la objetividad y el detalle carecían de significado, la perfección molestaba.

Todo se mostraba dudoso en la realización de su obra maestra, tras largos intentos pretendía enseñorearse en representación de lo abstracto, desvirtuando el verdadero arte para ahogarse en técnicas inentendibles; buscaba estancarse en los propios pensamientos que el pincel no lograba entender, que su mano no podía conocer.

Pasaron los días y la noche llegaba a su final, la ardua labor y su arduo enredo terminó en lo inconcluso, su falta de determinación y su tácita practicidad llevaban a la pobre mujer a gloriarse de la infinidad de su tarea, de hacer de aquel placer, aquella gloria del arte, la más pesada de las labores.

Al fin, tras la extenuante noche, desoló su labor; incompleta de por sí, aquella obra ambiciosa terminó siendo su desgracia. El final de una carrera llena de lisonjas se desvanecía del mundo artístico frente al rostro de la ya no tan joven artista que agonizaba en su longevidad inexplicable.


Gabriel Capriles

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