Todo se trataba justamente de eso, de expresar la belleza en
representaciones artísticas mas bien retóricas, que retorcían la vida de los
grandes, que desdeñaba la innovación incesante de los maestros, aquella que
colgaba de la pendiente de la esteticidad.
Así fue como Rubens captó esas tres figuras, sonrosadas damas desnudas
que posaban en el bosque. Las Tres Gracias llegaron a la vida; cada diosa descansaba
luego de haber recorrido sin control la naturaleza entera, disfrutando su
estadía en la tierra mortal, en la tierra fértil de los frutos jugosos, la
tierra desconfiada de las desgracias de los hombres y de sus engañosos
placeres, la vida temporal en tierra de humanos, de la que de vez en cuando,
los inmortales se gloriaban de su nombre.
Pero todo era distinto, ahora la perfección del arte excedía de estilos;
combinaba cada maestro para obtener su mejor legado, aquello de lo que más se
asemejaba a la “belleza de la perfección”.
De aquí surgió lo abstracto, la utilidad de lo invisible, la visibilidad
de lo ficticio. Todo fue representado de una y otras maneras, todo fue captado
por un público numeroso que se excedía en la apreciación de este arte. Muchos
captaban algo distinto que lo verdaderamente expuesto por el artista; pocos
podían reconocer el verdadero motivo de pintores como Pollock que tras
brochazos infinitos buscaba compararse con un Rubens o el gran manchón azul con
alguna de las Tres Gracias.
La modernidad todo lo relativizaba, hasta el arte lo volvió una suerte
de brochazos; pero que al final, siempre guardaban un significado, la verdad
escondida, el objetivo del autor. Ya Rubens no se presentaba, las puertas se le
cerraban; ya Goya era un anciano, el arte escapaba de sus manos; ya Rafael
decepcionaba y Tintoretto aburría, porque la objetividad y el detalle carecían
de significado, la perfección molestaba.
Todo se mostraba dudoso en la realización de su obra maestra, tras
largos intentos pretendía enseñorearse en representación de lo abstracto,
desvirtuando el verdadero arte para ahogarse en técnicas inentendibles; buscaba
estancarse en los propios pensamientos que el pincel no lograba entender, que
su mano no podía conocer.
Pasaron los días y la noche llegaba a su final, la ardua labor y su
arduo enredo terminó en lo inconcluso, su falta de determinación y su tácita
practicidad llevaban a la pobre mujer a gloriarse de la infinidad de su tarea,
de hacer de aquel placer, aquella gloria del arte, la más pesada de las
labores.
Al fin, tras la extenuante noche, desoló su labor; incompleta de por sí,
aquella obra ambiciosa terminó siendo su desgracia. El final de una carrera
llena de lisonjas se desvanecía del mundo artístico frente al rostro de la ya
no tan joven artista que agonizaba en su longevidad inexplicable.
Gabriel Capriles
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