Estimado Petronio:
Al terminar
de leer Quo Vadis?, me he dado cuenta que el personaje más llamativo de la
novela ha sido usted. Y se preguntará por qué…
Quizá no hayas sido muy virtuoso ni ético, quizá no hayas tenido una vida
coherente, entregada al placer y al desenfreno; quizás, simplemente, te hayas
dejado llevar, en algunas ocasiones, por creencias atadas al lujo y al placer,
y a la voluntad de un Emperador degenerado, Nerón, aquel hombre que no vale la
pena describir. Aun así, reconociste la inutilidad de tus creencias, la
perversión de la vida romana, la religión cristiana; fuiste un gran orador,
supiste apreciar el arte, supiste controlar al hombre degenerado que reinaba tu
ciudad hasta el último momento de tu vida, siendo ya inevitable su
recapacitación.
Antes de tu muerte escribías a tu sobrino, Marco Vinicio, unas palabras
realmente sorprendentes que consistían más o menos en lo siguiente: reconozco
a tu Cristo, a tu religión y creo que es la más coherente entre todas; sin
embargo, como apreciador de la belleza, como gran esteta de Roma, no puedo
seguir a una religión que me pida amar a los demás, a todos por igual; eso se
me hace imposible, ya que la fealdad nunca podrá ser apreciada y querida ante
mis ojos.
…Se nota claramente tu aprecio hacia lo estético, hacia lo bello, y te entiendo
claramente; las obras que carecen de belleza no son capaces de ser apreciadas
con los ojos, pero sí con nuestra mente o nuestro corazón, como en calidad de
hijos de Dios, como criaturas iguales ante el Creador. Y a esto se refería
Antoine Saint- Exupery cuando decía, de boca del zorro en El Principito,
que sólo se conoce con el corazón, lo esencial es invisible a la vista
de los hombres.
Te entregaste al mundo y el mundo se entregó a ti, gozaste de una gran fama y
prestigio, de hermosas mujeres, de un gran lujo… Te apegaste tanto a la tierra
que al conocer la verdad no supiste reaccionar, te comportaste como en aquellos
festines del César, te dejaste llevar, únicamente, por lo que te ofrecía la
vida terrena.
Y aun así me sorprendo ante tu persona, la manera de concebir el mundo, de
apreciarlo y relacionarlo únicamente con la belleza. Así demostrabas, antes de
tu muerte, en la carta que le escribías a Nerón: puede que tolere la
muerte de tu hijo y de tu esposa por tus propias manos, pero nunca te perdonaré
el horrible canto que he escuchado todos estos días, la espantosa melodía que
entonas constantemente; hazle un favor a Roma y al mundo y no te dediques a la
poesía, dedícate a los actos despiadados en el que un hombre, enfermo como tú,
son expertos.
Claro está que la belleza no es tan sólo externa, fue algo que no supiste
reconocer… O quizá me equivocó… ¡Pomponia! la madre adoptiva de Ligia y esposa
de Aulo; a pesar de su vejez le apreciabas por su belleza, belleza que causaba
la vida virtuosa que llevaba… es decir, también pudiste reconocer la belleza
interna, pudiste percibir que la belleza no sólo se limitaba a lo externo, a lo
material; sino también a lo interno y a lo espiritual.
En conclusión, aquella vida de esteta, buscó reconocer la verdadera belleza,
¡casi lo lograste Petronio! ¡De hecho lo hiciste!, pero no la tomaste, como sí
a la bella Eunice quien te fue fiel hasta tu trágica muerte.
Mis más cordiales saludos,
Gabriel Capriles.
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