“Yo me voy, aquí no hay nada que hacer, aquí no hay futuro”. Lamentablemente,
esa es la frase que he escuchado más en los últimos días. Y todos sabemos que
se refiere a nuestra querida Venezuela, que atraviesa – sin lugar a dudas – el
capítulo más negro de su historia.
Razones para irse hay de sobra, y muy válidas. Nuestra patria se ha
vuelto hostil. Mejor dicho, la han vuelto hostil – premeditamente - sus
despiadados dirigentes. Y desgraciadamente, lo han logrado perfectamente: no
hace falta explicarlo, todos lo comprobamos diariamente.
Razones para quedarse: ¡miles, y también muy válidas! Sin duda alguna –
y creo que no soy el único que pienso así – vale la pena luchar por esta patria
tricolor.
Lo primero que debemos hacer – y enseñar a hacer – es amar al país. Este
amor no se trata de repetir palabras bonitas sobre esta tierra, ni de escuchar
la canción “Venezuela” y sentir “el pecho inflado de orgullo”. Consiste en
querer de veras al país, trabajando con honestidad, pensando en el bien común,
y no simplemente en los propios intereses y egoísmos. Porque me atrevo a
afirmar que es éste uno de los grandes males que atañe a Venezuela (y al mundo
entero): el pensar siempre en uno mismo, sin darle importancia ni al país – al
que se deben muchas cosas – ni a sus conciudadanos. Y una consecuencia de esta
actitud es la corrupción, a la que debemos en gran parte el deterioro
socioeconómico y moral reinante en nuestro país. ¿Qué es la corrupción, sino el
afán por “arreglarse” a expensas de lo que sea, incluido el bien común? Y hasta
que no se cambie esta mentalidad personalista – tan común en el mundo actual –
no saldremos adelante como sociedad. Porque – en palabras de Bertolt Brecht –
“si el vaso no está limpio, lo que en él derrames se corromperá”.
El segundo aspecto a trabajar – y no por esto menos importante – es
resaltar las cosas buenas del país, convencidos de que hay ¡y muchas! Esta
patria está llena de gente “echada pa´lante”, trabajadora, honesta, amigable.
Basta pensar en esas madres que viven en un barrio y que se levantan tempranito
para preparar a sus hijos, llevarlos al colegio y luego irse a trabajar para
sacar el hogar adelante. ¿Qué el gobierno ha fomentado la vagancia y la
vagabundería? No lo niego, pero eso no incluye a la mayoría de los venezolanos.
¡Cuántas personas trabajan constantemente – y en silencio – por este país! Así
que no cabe desanimarse, sabiendo que hace más ruido un árbol cayendo que un
bosque creciendo.
El tercer aspecto a tratar es una virtud fundamental en la vida: la
esperanza. Nuestro país – y el mundo entero – atraviesa una profunda crisis de
desesperanza, aupada – no me cabe duda – por el gobierno nacional.
Convenzámonos de que las cosas pueden - ¡y deben! – estar mejor. Y esto último
depende principalmente de la juventud, la cual es “el mañana”. Los jóvenes son
y serán la esperanza de este país, el cual espera mucho de nosotros.
Para terminar, les dejo una profunda y esperanzadora reflexión: “En el
corazón de todos los inviernos vive una primavera palpitante, y detrás de cada
noche, viene una aurora sonriente”.
Que Dios y la Virgen de Coromoto protejan hoy, mañana y siempre a
nuestra patria.
@AMinguetC
aminguet1193@gmail.com
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