lunes, 11 de mayo de 2015

Anna Karenina "la cima de los temas prácticos"

Anna Karenina, la reconocida historia sobre una mujer infiel, parte del siguiente enunciado: “Todas las familias felices se parecen unas a otras, cada familia desdichada lo es a su manera”. A partir de esta afirmación Tolstoi arma la estructura de su historia y comienza la tragedia. El escritor ruso buscará comprobar dicho enunciado en el transcurso de la novela a través de actitudes y acciones humanas concretas, comunes en los hombres de todos los tiempos, que reflejan la virtud y el error humano. 

Anna va a San Petersburgo a arreglar el matrimonio de su hermano y termina por destruir el suyo. Conoce a Vronski, un hombre joven y bien posicionado de la alta sociedad, de quien se enamora locamente. Destruye las ilusiones de Kitti y le abre camino a Levin para que en un futuro ambos personajes, juntos, sean felices. 

Las relaciones más importantes de la historia serán, entonces, la de Anna y Vronski (en el lado de las relaciones infelices), y la de Kitti y Levin (en el lado de las relaciones felices). El primer matrimonio (“infeliz a su manera”) basado en las decisiones egoístas de los miembros de la pareja; y el segundo (“igualmente feliz”), basado en decisiones generosas, de entrega a la otra persona, que permiten que una relación se sostenga en el tiempo. 

En la construcción de los personajes Tolstoi no deja de ser práctico, no pinta personajes abstractos e identificables para el lector, sino que, con la vida de cada uno de ellos, logra acercarse a cuestiones humanas, y enseñarnos cosas útiles que ha aprendido sobre el comportamiento de los hombres. 

Levin, el personaje con el que el mismo escritor dice identificarse, representa el prototipo de aristócrata acomodado que lucha entre la comodidad y la persecución de grandes ideales. Es un buen hombre, no le hace mal a nadie, pero el problema es que no hace tampoco ningún bien. Tiene grandes ideas en la cabeza, de las que la nobleza obliga a saber, pero carece de la virtud suficiente para ponerlas en práctica. Así es como su hermano Serguéi dirá sobre él: “también él tiene su filosofía al servicio de sus inclinaciones”

Kitti, su futura esposa, es el caso contrario: un alma apasionada por las cosas del espíritu que se empeña en salir de sí misma. Aunque inocente e inexperta en las cuestiones de la vida, lucha por ser una mujer virtuosa. Tolstoi lo refleja en un pasaje de la novela cuando Levin y Kitti van a visitar a Nikolái (hermano de Levin) y ella se encarga de cuidarlo en sus últimos días de enfermedad. Su actitud deja en claro de qué tipo de mujer se trata: 

“Tenía aquella animación y actividad mental que se despierta en los hombres ante el combate, ante la lucha, en los momentos peligrosos y decisivos de la vida, en que un hombre demuestra su valía y que todo su pasado no ha trascurrido en balde, sino como preparación para ese momento”. 

Por otro lado nos encontramos con los “infelices” de esta historia, con Anna y Vronsky. A través de la protagonista podemos ver a la perfección cómo puede llegar a obrar el error en una persona que vive en él: Anna se empeña en vivir una aventura amorosa a costa de su conciencia, y aquella lucha interna que combate, por no estar satisfecha consigo misma, la lleva al suicidio. 

Lo que hace al matrimonio de Anna y Vronsky un matrimonio “infeliz a su manera” es el peso de la conciencia que se opone al capricho amoroso producto de la pura pasión, a considerar el “pensar en uno mismo” como el objetivo de la verdadera felicidad. 

Para esclarecer la naturaleza de esta relación Tolstoi escribe otro enunciado que dará pie al famoso suicidio: 

“Para emprender algo en la vida familiar es preciso que exista entre los cónyuges una separación total o un acuerdo basado en el amor. Cuando las relaciones entre los cónyuges son indefinidas y no existe ninguna de estas dos cosas, nada puede llevarse a cabo. Muchos matrimonios pasan años enteros en un punto muerto, incómodo para ambos, sólo por no existir la separación completa ni el acuerdo”. 

Partiendo de esto, cada uno (Anna y Vronsky), luego de que su relación quede por un tiempo en “un punto muerto”, va a lo suyo. Entre ellos ocurre “una separación total”. Ella, loca, se encamina hacia el tren y él, harto de la locura de su mujer, la descuida. No logran salir adelante como todo matrimonio feliz, a través de “un acuerdo basado en el amor”… pero cumplen con su papel de “infelices a su manera”, mientras que los felices siguen siendo “todos iguales”. 


Gabriel Capriles.

Izquierda o derecha… un dilema ¿de idiotas?


Alguna vez leí de un pensador venezolano, no recuerdo si de Uslar o Caballero, que ser de derecha o de izquierda es otro de los motivos que ha creado el hombre para ser estúpido… Si bien me equivoco, y eso no lo dijo ni Uslar ni Caballero, entonces diré que me llevo el peso de expresarlo yo, e intentaré que lo confirmen ustedes mismos. 

Hace dos días asistí a un debate de ideas organizado por la Fundación CEDICE, en el que tuve el privilegio de escuchar a varios pensadores y expertos en economía, política, etc… que se inclinaban hacia las ideas liberales. Muchos de ellos hablaron con claridad, pero su pensamiento carecía de algo que pocos nombraron: lo que le falta al modelo liberal. 

Para Mario Vargas Llosa el modelo socialista ha comprendido que sin la libertad y el libre mercado la sociedad fracasa, pero lo que aún me pregunto es si el modelo liberal ha comprendido que, sin algunas certezas del socialismo, el liberalismo también resulta un fracaso humano. 

Es un hecho, para socialistas y liberales, que el hombre es un ser libre, y como ser libre se desarrolla como persona, y esa persona se desarrolla en sociedad. Birgit Lamm expresó, sensatamente, que las ideas liberales debían ser responsables, y entender “cómo valorar la libertad de manera popular” pues asegura que la libertad “es un estilo de vida muy personal, que da la oportunidad de llevar tu vida y contribuir a tu comunidad” 

Por otro lado, el Premio Nobel de Literatura sostuvo, por ejemplo, que la solución al narcotráfico era legalizar las drogas, ya que con eso se acabaría la corrupción y la gente podría escoger con su voluntad... “Si un adulto quiere consumir, que lo haga. Está en su libertad” 

Aquí difiero completamente del pensador… si ya se ha demostrado el mal que puede causar a la convivencia un ciudadano bajo los efectos de la droga ¿cómo legalizar algo que atenta contra la libertad del otro?... Si se crea un Estado de Derecho justamente para marcar los límites de nuestra libertad, para que haya respeto entre unos y otros ¿cómo favorecer y estar de acuerdo con una medida que puede afectar este orden? ¿Cómo promover, por ejemplo, que los criminales sigan robando y matando bajo los efectos de la droga?... Es un drogadicto... ¿será prudente (decisión del Gobierno) ponérsela en las manos?...

Los asuntos sociales no son sólo cuestión del individuo y de su voluntad. La legalización de este consumo trae conductas inadecuadas y con ello consecuencias sociales; entonces, por ser el individuo un ser social, tiene que tomar en cuenta sus limitaciones como tal.

Según esta premisa liberal “que cada quien escoja lo que le dicta su voluntad”, no debería existir un estado de derecho, lo que las leyes buscan en una sociedad: orientar a tomar las decisiones colectivas que lleven al bien de la comunidad, que establecen un orden moral y, por qué no, buscan una sociedad más libre. Dejar que los ciudadanos hagan lo que quieran (lo que les parece que está bien) sin establecer límites para favorecer el bienestar social, trae como resultado el quiebre de ese orden. 

Podemos decir a favor del liberalismo que el hombre tiene dos facultades, la voluntad y la inteligencia. Esas facultades son infinitas, y el modelo liberal permitirá (al parecer) que uno las desarrolle al máximo desde su individualidad. Por otro lado, tenemos al socialismo, que tapará el camino para el desarrollo personal a fin de rebajarte a lo mediocridad colectiva. 

Podemos decir a favor del socialismo que el hombre tiene una dimensión social, que cuando el hombre hace las cosas no sólo para su desarrollo personal sino también para el de las demás personas, es que la vida adquiere sentido. En cambio, cuando el hombre olvida que es un ser social y se encierra en el desarrollo de sus potencialidades y en la esclavitud de su ínfimo resultado material (pues no hay progreso humano), la vida no tiene ningún sentido… Es más fácil suicidarse (como sucede en las aclamadas sociedades de los pensadores liberales, como Suiza y Suecia, que tiene la tasa más alta de suicidio).

Los hombres que viven en un modelo liberal pierden la esperanza de progreso porque ven que todo está realizado a su alrededor. Como saben que la perfección máxima es inalcanzable, como no han buscado en los demás sino sólo en sí mismos, expresan ese intento de perfección en las cosas materiales, y cuando ya tienen todo… la vida se hace insoportable. Y creo que para los hombres que viven en un modelo socialista ocurre lo contrario, y es que dicen no olvidar lo que olvida el liberalismo: el otro, la convivencia... Pero, la realidad, es que sí se olvida de éste de manera fatal, cerrando las oportunidades del progreso personal que trae como consecuencia la sumisión a una humanidad degradada, destinada a no desarrollar sus potencialidades individuales.

Por eso unos dicen, y yo diré con ellos, que cuando se trata de extremos, en este tema, se trata de idioteces, porque ambos modelos toman media verdad como si fuera la verdad absoluta, convirtiéndola en un rotundo fracaso… Sin saber que esas verdades son partes, inseparables, de una sola: el hombre tiene la necesidad de progresar como persona, no sólo desde el punto de vista individual sino también desde su calidad de ser social.


Gabriel Capriles. 

A los jóvenes venezolanos

Al fin me tomo un momento para escribir unas líneas. La situación no anda nada fácil y poco da la cabeza para sentarse a escribir una carta, pero ¿cómo no hacerlo?... ¿cómo no, cuando siento el deber de materializar estos pensamientos?
 

Cuando todo parece estar perdido, cuando unos han ido de fiesta en fiesta mientras el país entero se ha venido abajo, mientras la crisis aumenta día a día, mientras los padres no encuentran cómo hacer para mantener a su familia, mientras las madres temen por sus hijos que pueden perder la vida como animales y los niños lloran porque los problemas que afectan a su país ya los sienten suyos… Esa nueva generación de la que formamos parte, ahora fuerte y joven luego de quince años, y harta ya de tanta mentira, se confirma, desde el momento en que nace, en ese mismo suelo, y exclama por mandato divino con la más pura inocencia: ¡ésta es nuestra tierra y aquí construiremos!

Esos mismos niños, que somos nosotros ahora, cansados desde pequeños de la desgracia de no tener una Venezuela justa y libre, ahora salimos a la calle, desconectamos las cornetas del banquete que se dan unos cuantos, reclamamos nuestros derechos, pero, sobre todo, exigimos la devolución de nuestra tierra... Volvemos a aquel momento de nacer, olvidándonos de nosotros mismos, y nos consagramos a un sólo propósito: hacer de esta tierra, la nuestra, una tierra grande, que nos pertenezca a todos los venezolanos.

Lo más increíble de ese renacer, de ese volver a reafirmar lo nuestro, es cómo, en tantos problemas, los jóvenes nos hemos olvidado de nosotros mismos para darnos a nuestro país. Para nosotros ya no somos los mismos, ya no somos nuestras preocupaciones; los jóvenes nos hemos convertido en el sentir de todo el pueblo venezolano que reclama desde lo más profundo de su ser la tierra que otros profanan y despilfarran sin sentir nada, sin querer nada… ¡nada!... sólo satisfacer sus intereses y deseos de vanidad. Nuestro suelo limpio, nuestra tierra bella, manchada de llanto, sangre y mentiras espera renacer con la fuerza de esta juventud que no se rendirá hasta encontrar lo que en años de supuesta democracia no hemos conseguido: ¡La Patria Buena!

Te escribo estas líneas, joven venezolano, para decirte que la lucha no es sólo ahora, la lucha es siempre. Te digo que el país necesita hombres bien formados, hombres de virtud, que luchemos constantemente por el bien, para que el resultado que una lucha como ésta pueda conseguir siga teniendo fruto por el resto de nuestros días. Unos murieron por Venezuela y siguen aquí, debajo de la tierra, y nosotros, que nos queda tanto por hacer, en su nombre y en nombre de todos los caídos, nos toca dar la vida por Venezuela VIVIENDO por ella, siendo partícipes de la construcción de lo mucho que queda por hacer. 

Es aquello, esa generosidad, esa entrega y compromiso que puede caracterizar tan poco a los jóvenes en este mundo moderno, lo que nos pide nuestra tierra, lo que nosotros hemos aceptado y lo que nos hace seguir luchando por un mejor país, no sólo ahora sino ¡siempre!

Pues es aquí, en los momentos de crisis, en los momentos malos, cuando se demuestra el verdadero cariño hacia alguien; y ahora, más que nunca, ese alguien llamada Venezuela se encuentra orgullosa de sus hijos, orgullosa del futuro, y orgullosa de unos jóvenes que están convencidos en FORMARSE COMO HOMBRES DE BIEN Y EN LUCHAR SIEMPRE POR LA VERDAD para ¡finalmente! sacar al país ¡pa´lante!


Sin más nada que decir y dispuesto a construir una mejor Venezuela me despido,


Gabriel Capriles.

Un extraño estilo de vida


“El hombre puede ser destruido, pero jamás derrotado”
El Viejo y el Mar. Ernest Hemingway.

El de Santiago, personaje del Viejo y el Mar de Ernest Hemingway, es un estilo de vida humilde. Vive bajo un techo que lo cubre de la lluvia y se encuentra rodeado de los elementos imprescindibles para vivir. En un rincón apartado de su casa apila unos cuantos periódicos, con los que suele llenar su cabeza. Cerca de ahí una cocinilla de carbón da la espalda a una mesa y a una silla donde  el viejo se sienta a llenar su estómago. Frente a una sobria cama, colgado de la pared, hay dos cuadros: uno de la Virgen del Cobre y otro del Sagrado Corazón, a los que reza, muy de vez en cuando, para obtener una buena pesca; y al lado de estos una fotografía de su difunta esposa –claro que no muerta en la foto- que mira de vez en cuando para añorar lo que en el pueblo llaman amor.


Este pescador vive de lo imprescindible; apartado de lo innecesario que pudiera alejarlo de lo importante: de su joven amigo Manolín y del gran ideal de pescar un pez gigante.

En nuestra sociedad “moderna” del siglo XXI el hombre vive lo contrario: rodeado de lo prescindible se aparta de lo imprescindible para vivir en la estupidez. Por esto, podríamos decir, “las costumbres de vida de este tipo de hombres no tienen cabida en la época de lo poco importante”.

Nosotros, hombres modernos, nos hemos apartado de los grandes ideales. Nos hemos quedado en querer disponer de todo cuanto vemos, sin saber por qué y para qué…. En una sociedad de metas cortas, en una vida donde todo nos viene por inercia y el sudoku ya está resuelto, muy difícilmente podremos acoger a un hombre como Santiago, que dispone de su tiempo, de su vida, para alcanzar metas altas.

Decía mi abuelo… “de lo sublime a lo ridículo hay sólo un paso” y, efectivamente, un beneficio producto del progreso, que parece sublime, termina siendo nuestra perdición. Hombres como el pescador, que disponen de su vida para alcanzar metas altas –algunos hacedores de lo que a nosotros le damos mal uso- son los que hacen falta para seguir acrecentando y mejorando el legado que dejaron nuestros grandes antepasados. Hacen falta hombres como Santiago que vivan de lo importante para proponerse alcanzar lo que vale la pena.

Por ahora, en nuestras costumbres, parece imposible este estilo de vida; pero de este estilo de vida -¡fuera lo innecesario!- dependerá la salvación de una sociedad que, sumergida en mil cosas (medios de comunicación, tecnología…), ahora se encuentra hermética, con la mente tapada para ir a pescar grandes peces. Sólo unos pocos hombres, dispuestos a cambiarse a sí mismos para cambiar las cosas, podrán sacarnos de la estupidez para juntos voltear la mirada a lo importante.


Gabriel Capriles

A favor de la vida lenta


“¿Qué es, pues, el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé; si quiero explicarlo al que me lo pregunta, no lo sé.” 
(San Agustín)

En un mundo donde todo va de prisa, donde la información se multiplica por segundo, donde las colas nos quitan parte de la vida y la tentación de perder nuestro tiempo acudiendo al “encantador” mundo paralelo resulta cada vez mayor, para nosotros, los jóvenes, todo se nos puede presentar efímero, infructuoso. Nos sentimos agobiados. Llegamos a casa luego de la Universidad y no queremos más que dormir. Sentimos que el tiempo se nos escapa entre las manos y con éste, todo lo que nuestra juventud tiene por conocer y ofrecer.

Para esta enfermedad que podríamos llamar “el mal del tiempo” conseguí un buen remedio: un libro, que además de ser muy útil –debo decirlo- es bastante corto. Escrito por Rafael Tomás Caldera, como su nombre lo indica “El Uso del Tiempo” trata este tema siempre vigente que a muchos nos preocupa. Allí encontré una serie de consejos que nos ayudarán para la vida entera; pero, sobre todo, para este momento que atravesamos, el más provechoso, exigente y –por qué no- el más entretenido.


Ante tanto movimiento, ante tanta tontería, ante el tormento de una sociedad fugaz que facilita que los años se nos escurran entre los pasos, debemos detenernos un instante, pensarnos bien las cosas, vivir lentamente. No de esa manera en que los tontos andan perdidos por la vida, sino de aquella otra en que la paciencia, la constancia, las cosas bien hechas forman a los grandes hombres.

Para que el tiempo nos favorezca hay que Dedicarle tiempo al uso del tiempo, hacer un plan en el que podamos organizar las cosas que haremos durante el día, jerarquizándolas según su importancia. Para ello –para saber qué debe ir primero- debemos tomar en cuenta una verdad: que vamos a morir, que en esta vida estamos de paso. Por eso es que preguntarnos por qué y para qué estamos aquí en la tierra no es capricho de filósofos. Así las cosas que hagamos tendrán mayor peso y nuestra forma de vivirlas será más intensa,  ya que el bien que resulte –con nuestro tiempo- adquirirá un sentido más profundo y pleno.

Dándole un valor objetivo a las cosas, haciendo lo que tenemos que hacer con cariño, podremos vivir nuestro tiempo. Debemos hacer uso de éste creciendo para adentro, no sólo dejando un resultado externo sino también interno, en  nosotros.

Uno de los grandes peligros que corremos en la vida universitaria es la desmesura: proponernos cientos de propósitos que jamás cumplimos. Para evitar esto debemos ir a lo importante, a lo que debamos hacer. Una cosa primero, otra después -nos dice Caldera- y a hacerlas bien.

Aquí viene otro consejo importante, que en la costumbre de los jóvenes por postergar nos viene de maravilla, me refiero a ese Fijar plazos… asignarle a nuestras metas una fecha tope en la que deban culminar: bien hechas –claro está- y bien vividas.  A veces resulta difícil fijarlos, todos lo sabemos, pero para eso Caldera da en el clavo citando a Toynbee: “…lo que hay que hacer para hoy se hace ahora, ahora o nunca”. Mientras nos ocupemos cuando debamos ¡ahora o nunca!, nos sentemos durante el rato en que tengamos que estudiar o hacer un trabajo, con apertura, sin urgencia, concentrados, ¡hasta llegar a tomarle gusto!… no perderemos el tiempo que deseamos dedicarle a lo que más queremos. Pasando luego a esta entrega de descanso y provecho. Invirtiendo tiempo en lo que más nos gusta y en la gente que más queremos, ahora con alegría y serenidad.

Con la constancia se nos propone otro consejo: apresúrate lentamente… “Despacito y buena letra/ el hacer las cosas bien/ importa más que el hacerlas” (Antonio Machado)… Hacer de esa tarea, de ese trabajo en el que estamos ocupados, algo nuestro; en el que pongamos el mayor empeño no sólo de que quede bien sino de que ese deber nos ayude a ser mejores. Y ese crecimiento, nos dice Caldera, nos hará hombres virtuosos que, para colmo, gozarán de más tiempo “Nuestro tiempo es capaz de abarcar más cosas a medida que lo vamos llenando”… pues, como lo demuestra la paradoja: “sólo tienen tiempo los que están ocupados”

Por aquí llegamos a las partes más importantes del librito… “El secreto está en la diligencia, en el querer. Vivir a fondo, con generosidad”… El querer, estar dispuestos a ser mejores, a vivir a fondo y no conformarnos con la superficie. La entrega, ese dar nuestro tiempo a los demás; ese empeño por ser mejores y jalar a otros con nuestro ejemplo a seguir el mismo camino, será posible si somos pacientes y constantes… “Demos tiempo al tiempo/para que el vaso rebose/hay que llenarlo primero” (Antonio Machado)

Caldera nos recuerda que vamos a morir: “conscientes de la brevedad de la vida sabremos ir a lo esencial”… no desperdiciaremos nuestro tiempo en lo innecesario, sabremos ir a lo que vale la pena… Y, por último, nos dice algo que jamás debemos olvidar: “Y este es el último secreto, la clave de todo: Amar”


…Invito pues a todos los jóvenes inquietos por el pasar del tiempo que se detengan un momento, que acudan a este librito que en pocas páginas nos hace ver las cosas de manera distinta. Nos ayuda a crecer, a querer lo que hacemos y a orientar nuestros quehaceres universitarios, nuestra sed de saber, hacia el bien de los demás y hacia ese fin último que es Dios –nuestra felicidad- ¡Mucho que pedir en tanta brevedad!...  Definitivamente ¡vale nuestro tiempo!


Gabriel Capriles

¿Por qué leer los clásicos?

“6. Un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir” (Italo Calvino, ¿Por qué leer los clásicos?)

Quizás la manera más adecuada para definir qué es un clásico sea dejando a la expectativa la mayoría de las cosas que el concepto abarca. A medida que uno lee estos libros va descubriendo la riqueza de cada una de sus páginas, no sólo por su valor literario, sino también por su valor humano, inmerso en un diálogo siempre abierto, que pide ser leído varias veces y que nunca termina de decir lo que tiene que decir. 

“… ¿Sabe por qué libros como éste son tan importantes? Porque tienen calidad. Y, ¿qué significa la palabra calidad? Para mí significa textura. Este libro tiene poros, tiene facciones. Este libro puede colocarse bajo el microscopio. A través del lente, encontraría vida, huellas del pasado en infinita profusión. Cuantos más poros, más detalles de la vida verídicamente registrados puede obtener cada hoja de papel, cuanto más literario sea. En todo caso, ésa es mi definición. Detalle revelador. Detalle reciente. Los buenos escultores tocan la vida a menudo. Los mediocres sólo pasan apresuradamente la mano por encima de ella. Los malos la violan y la dejan por inútil”. (Ray Bradbury, Farenheit 451)

¿Qué hace de las novelas de Jane Austen libros duraderos y de libros como las 50 sombras de Grey o Crepúsculo libros inevitablemente pasajeros?... La primera toca los grandes ideales del ser humano que hablan el lenguaje de lo permanente, es decir, toca la vida a menudo trascendiendo a la vida misma. La segunda no le interesa trascender, pasa apresuradamente por encima de la humanidad sino la viola y la deja por inútil, es decir: no tiene nada –o muy poco- que expresar, no tiene razón de ser… es por ello que dura poco, que no pasa a ser más que una moda. 

Recuerdo que luego de haber leído libros como Guerra y Paz y Crimen y Castigo llegué a la inevitable conclusión de que merecía una relectura, ya que ciertamente no los había disfrutado en su totalidad.

Así que me dije a mí mismo que debía volver a leer para comprender, porque libros como estos no sólo contienen una gran historia, sino que también presentan las verdades más patentes de la humanidad, que por ser verdades resultan permanentes, siempre vigentes. Son libros que, leídos las veces que uno quiera, no dejan de traer cosas nuevas… Libros que en sus páginas contienen inscrita a la humanidad entera, en una época y cultura específica. 

Esas verdades de los buenos libros se imponen ante toda crítica, al saber que inevitablemente lo verdadero resulta duradero e irremplazable. Lo contrario sucede con los libros de moda, que desechan las verdades de la humanidad, o las tratan superficialmente, para sólo entretener por un rato. 

De los clásicos podríamos decir que son libros únicos, que se mantienen en el tiempo porque van de la mano con la humanidad. De los mediocres podemos decir que son libros pasajeros, de moda, comunes, que carecen de importancia, ya que son uno más de un montón que no tienen nada que decir -o que siempre repiten lo poco que dicen-. Un escritor decía que la vida era demasiada corta para leer cualquier cosa, y que lo mejor –como Calvino también afirma- sería vivir rodeado de buenos libros que sepamos que de algo nos servirán (en los que entran los clásicos, claro está, y los nuevos descubrimientos del momento que valen la pena). 

Finalmente la pregunta “¿por qué leer los clásicos?” Viene nuevamente a colación, y Calvino responde: “La única razón que se puede aducir es que leer los clásicos es mejor que no leer los clásicos”… Es muy cierto, cada uno dispone de su tiempo como le parezca, pero me parece que el arte es la interpretación de lo que nuestros ojos no ven, del misterio de la humanidad, y que el hombre está llamado a leer los clásicos para conocerse a sí mismo a través de la literatura, de la palabra hecha arte. 


Gabriel Capriles

Farenheit 451, la temperatura de la sociedad.

Montag es un bombero, un bombero muy peculiar. No apaga incendios, los prende. Él y su ejército se dirigen a un objetivo, a un enemigo en común. Éstos son los libros. Esos objetos que desean que todos se sientan desdichados con teorías y pensamientos contradictorios. Que no les permiten ser felices porque llevan a pensar, a recordar y a reflexionar. Porque todo aquello evita que un ser sea espontáneamente feliz y, por lo tanto, a ser inocentemente y “verdaderamente” feliz.