Al fin me tomo un momento para escribir unas líneas. La situación no anda nada fácil y poco da la cabeza para sentarse a escribir una carta, pero ¿cómo no hacerlo?... ¿cómo no, cuando siento el deber de materializar estos pensamientos?
Cuando todo parece estar perdido, cuando unos han ido de fiesta en
fiesta mientras el país entero se ha venido abajo, mientras la crisis aumenta
día a día, mientras los padres no encuentran cómo hacer para mantener a su
familia, mientras las madres temen por sus hijos que pueden perder la vida como
animales y los niños lloran porque los problemas que afectan a su país ya los
sienten suyos… Esa nueva generación de la que formamos parte, ahora fuerte y
joven luego de quince años, y harta ya de tanta mentira, se confirma, desde el
momento en que nace, en ese mismo suelo, y exclama por mandato divino con la
más pura inocencia: ¡ésta es nuestra tierra y aquí construiremos!
Esos mismos niños, que somos nosotros ahora, cansados desde pequeños de
la desgracia de no tener una Venezuela justa y libre, ahora salimos a la calle,
desconectamos las cornetas del banquete que se dan unos cuantos, reclamamos
nuestros derechos, pero, sobre todo, exigimos la devolución de nuestra
tierra... Volvemos a aquel momento de nacer, olvidándonos de nosotros mismos, y
nos consagramos a un sólo propósito: hacer de esta tierra, la nuestra, una
tierra grande, que nos pertenezca a todos los venezolanos.
Lo más increíble de ese renacer, de ese volver a reafirmar lo nuestro,
es cómo, en tantos problemas, los jóvenes nos hemos olvidado de nosotros mismos
para darnos a nuestro país. Para nosotros ya no somos los mismos, ya no somos
nuestras preocupaciones; los jóvenes nos hemos convertido en el sentir de todo
el pueblo venezolano que reclama desde lo más profundo de su ser la tierra que
otros profanan y despilfarran sin sentir nada, sin querer nada… ¡nada!... sólo
satisfacer sus intereses y deseos de vanidad. Nuestro suelo limpio, nuestra
tierra bella, manchada de llanto, sangre y mentiras espera renacer con la
fuerza de esta juventud que no se rendirá hasta encontrar lo que en años de
supuesta democracia no hemos conseguido: ¡La Patria Buena!
Te escribo estas líneas, joven venezolano, para decirte que la lucha no
es sólo ahora, la lucha es siempre. Te digo que el país necesita hombres bien
formados, hombres de virtud, que luchemos constantemente por el bien, para que
el resultado que una lucha como ésta pueda conseguir siga teniendo fruto por el
resto de nuestros días. Unos murieron por Venezuela y siguen aquí, debajo de la
tierra, y nosotros, que nos queda tanto por hacer, en su nombre y en nombre de
todos los caídos, nos toca dar la vida por Venezuela VIVIENDO por ella, siendo
partícipes de la construcción de lo mucho que queda por hacer.
Es aquello, esa generosidad, esa entrega y compromiso que puede
caracterizar tan poco a los jóvenes en este mundo moderno, lo que nos pide
nuestra tierra, lo que nosotros hemos aceptado y lo que nos hace seguir
luchando por un mejor país, no sólo ahora sino ¡siempre!
Pues es aquí, en los momentos de crisis, en los momentos malos, cuando
se demuestra el verdadero cariño hacia alguien; y ahora, más que nunca, ese
alguien llamada Venezuela se encuentra orgullosa de sus hijos, orgullosa del
futuro, y orgullosa de unos jóvenes que están convencidos en FORMARSE COMO
HOMBRES DE BIEN Y EN LUCHAR SIEMPRE POR LA VERDAD para ¡finalmente! sacar al
país ¡pa´lante!
Sin más nada que decir y dispuesto a construir una mejor Venezuela me
despido,
Gabriel Capriles.
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