Montag es un bombero, un bombero muy peculiar. No apaga incendios, los prende. Él y su ejército se dirigen a un objetivo, a un enemigo en común. Éstos son los libros. Esos objetos que desean que todos se sientan desdichados con teorías y pensamientos contradictorios. Que no les permiten ser felices porque llevan a pensar, a recordar y a reflexionar. Porque todo aquello evita que un ser sea espontáneamente feliz y, por lo tanto, a ser inocentemente y “verdaderamente” feliz.
El deshacerse de la cultura no ha sido un tema tratado simplemente por novelistas como Ray Bradbury en su fabulosa distopía llamada Farenheit 451, sino que se ha tratado de implantar en distintas sociedades; ya sea por algunos sistemas de gobierno o por la sociedad misma. Llegará un momento en que ni hará falta quemarlos ya que, como nos dice Rafael Tomás Caldera en su libro sobre la lectura Una invitación a leer mejor “quizás el colocar el conocimiento en los libros es hoy otra manera de sepultarlos”.
La novela nos habla de una temperatura, Farenheit 451, capaz de fundir algo que se considera tan simple: un libro. Y así como éste se quema, se quema la cultura, todo legado humano y nuestra historia. Lo más interesante de todo, quizás, es cómo “los rayos del sol queman el tiempo y el tiempo las vidas y aun así los hombres queman cosas” Así dice Montag cuando logra pensar. Al mirar el sol y sus rayos, se da cuenta que, de quemar los dos, los hombres y el sol, todo se quemaría y por ende nada quedaría. Y como el sol no puede dejar de quemar, las conclusiones de quién es el que debe cesar no es muy compleja…
Pero más allá de una distopía, poco a poco vemos cómo nuestra misma sociedad se convierte en una no muy lejana a Farenheit 451. El hombre está “distraído de la distracción por la distracción” así nos dice Caldera “Estamos inmersos en una realidad secundaria, generada por los medios de comunicación” (…) “llenos de fantasías y vacíos sin sentido”. Y así también ocurre con Mildred, la esposa del bombero. Todos los días se encuentra en su hogar observando la televisión, concursando en programas o participando activamente en lo que ve. Se le adormece la razón, no tiene tiempo para hacer uso de ella.
“…Hasta de comprender que nuestra civilización es tan vasta que no podemos permitir que nuestras minorías se alteren o exciten. Pregúntate a ti mismo: ¿Qué queremos en esta nación, por encima de todo? La gente quiere ser feliz, ¿no es así? ¿No lo has estado notando toda tu vida? -Quiero ser feliz- dice la gente. Bueno ¿no lo son? ¿No les mantenemos en acción, no les proporcionamos diversiones? Eso es para lo único que vivimos, ¿no? ¿Para el placer y las emociones? Y tendrás que admitir que nuestra civilización se lo facilita en abundancia” (Beatty, jefe de bomberos)
Todo se mueve por el instinto, por los caprichos y placeres, por el deseo de abandonar todo tipo de valor y virtud, por el gozo que parece producir ser irresponsables. Ya que la verdadera "belleza" del fuego se encuentra en la destrucción de la responsabilidad y de sus consecuencias (quizá los libros de alguna manera puedan representar esto en la novela).
“Más deportes para todos, espíritu de grupo, diversión, y no hay necesidad de pensar ¿eh? Organiza y superorganiza superdeporte. Más chistes en los libros. Más ilustraciones. La mente absorbe menos y menos. Impaciencia. Autopistas llenas de multitudes que van a algún sitio, a algún sitio, a algún sitio, a ningún sitio” (…) “La vida se convierte en una gran carrera Montag. Todo se hace aprisa, de cualquier manera” (Beatty)
“A ningún sitio” Se pierde el sentido humano, el hombre no sabe para qué vive, para qué hace lo que hace; sino que tan sólo sirve para trabajar, para el placer y para la diversión sin razón.
En la época bolchevique se usaba el cine como medio de control social. Lenin tomaba el séptimo arte como el arte más importante, pues transmitía sólo lo que quería transmitir, a un pueblo inculto que se movía por promesas falsas y sentimentalismos. La censura radical sobre los libros en cualquier dictadura todos la conocemos, sólo se admiten los que defienden sus principios porque saben que son falsos, y al ser falsos no pueden vencer a la verdad, pero sí acallarla. Estas sociedades le tienen miedo a los libros porque “no hay lectura, ni siquiera la más superficial, que no tenga efecto en nosotros” Caldera.
Lo curioso de Farenheit es que no hay principio que seguir, y por ende, se acaban con todos los libros para que la gente no piense; excepto con alguno, como el manual de los bomberos, que sin duda tergiversa la historia, y que tiene la capacidad de no transmitir nada:“Establecidos en 1790 para quemar los libros de influencia inglesa de las colonias. Primer bombero: Benjamín Franklin” y como es imposible pensar, reflexionar, este es un hecho real para ellos... Si es que logran recordarlo.
Montag, hablando con su esposa Millie, le dice que si llegara a leer algunos libros quizás pudiera conseguir las soluciones a la guerra. Que han pasado ya por dos guerras atómicas desde 1960 (sociedad ficticia) y ellos han estado tan entretenidos y atosigados, dentro y fuera de sus casas, que no se han dado cuenta de esto; y han estado tan bien alimentados que no se han dado cuenta tampoco de la hambruna mundial. También le llega a preguntar si recuerda en dónde y cuándo se conocieron, pero el recuerdo está cegado y ni eso es posible recordar. Entonces, la solución está en alimentar y dar entretenimiento al pueblo, así como en Roma ocurría con el pueblo romano en los anfiteatros.
En una conversación entre Montag y su vecina Clarisse (antes de que lea los libros que debe quemar), ella le comenta que uno de sus pasatiempos favoritos es observar a la gente, descubrir qué son, qué desean, adónde van, pero…
-“la gente no habla de nada (Clarisse)
-¡Oh, de algo hablarán! (Montag)
-No, de nada, citan una serie de automóviles, de ropa o de piscinas y dicen que es estupendo. Pero todos dicen lo mismo, y nadie tiene una idea original. Y en los museos… ¿ha estado en ellos? Todo es abstracto. Es lo único que hay ahora. Mi tío dice que antes era distinto. Mucho tiempo atrás los cuadros a veces decían algo o incluso representaban personas. (Clarisse)
Así afirma Caldera con su análisis de El Principito “Sobre la existencia abierta” cuando dice que el problema de algunas conversaciones es cuando aquellos lugares comunes (deportes, carros…) no llegan a ser un medio sino el fin al tener una conversación, desconociendo así lo esencial, aquello que es invisible a nuestros ojos. Y seguirá siendo invisible a nuestros ojos, nada tendrá sentido para nosotros, si no vemos con los ojos de la razón, con los ojos humanos que pueden ser las vías más eficaces del pensamiento; si no dejamos de quemar y abandonar libros y nos proponemos, como nos dice Caldera, “a leer, conversar en torno al texto, para ascender humanamente”
Gabriel Capriles
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