lunes, 11 de mayo de 2015

A favor de la vida lenta


“¿Qué es, pues, el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé; si quiero explicarlo al que me lo pregunta, no lo sé.” 
(San Agustín)

En un mundo donde todo va de prisa, donde la información se multiplica por segundo, donde las colas nos quitan parte de la vida y la tentación de perder nuestro tiempo acudiendo al “encantador” mundo paralelo resulta cada vez mayor, para nosotros, los jóvenes, todo se nos puede presentar efímero, infructuoso. Nos sentimos agobiados. Llegamos a casa luego de la Universidad y no queremos más que dormir. Sentimos que el tiempo se nos escapa entre las manos y con éste, todo lo que nuestra juventud tiene por conocer y ofrecer.

Para esta enfermedad que podríamos llamar “el mal del tiempo” conseguí un buen remedio: un libro, que además de ser muy útil –debo decirlo- es bastante corto. Escrito por Rafael Tomás Caldera, como su nombre lo indica “El Uso del Tiempo” trata este tema siempre vigente que a muchos nos preocupa. Allí encontré una serie de consejos que nos ayudarán para la vida entera; pero, sobre todo, para este momento que atravesamos, el más provechoso, exigente y –por qué no- el más entretenido.


Ante tanto movimiento, ante tanta tontería, ante el tormento de una sociedad fugaz que facilita que los años se nos escurran entre los pasos, debemos detenernos un instante, pensarnos bien las cosas, vivir lentamente. No de esa manera en que los tontos andan perdidos por la vida, sino de aquella otra en que la paciencia, la constancia, las cosas bien hechas forman a los grandes hombres.

Para que el tiempo nos favorezca hay que Dedicarle tiempo al uso del tiempo, hacer un plan en el que podamos organizar las cosas que haremos durante el día, jerarquizándolas según su importancia. Para ello –para saber qué debe ir primero- debemos tomar en cuenta una verdad: que vamos a morir, que en esta vida estamos de paso. Por eso es que preguntarnos por qué y para qué estamos aquí en la tierra no es capricho de filósofos. Así las cosas que hagamos tendrán mayor peso y nuestra forma de vivirlas será más intensa,  ya que el bien que resulte –con nuestro tiempo- adquirirá un sentido más profundo y pleno.

Dándole un valor objetivo a las cosas, haciendo lo que tenemos que hacer con cariño, podremos vivir nuestro tiempo. Debemos hacer uso de éste creciendo para adentro, no sólo dejando un resultado externo sino también interno, en  nosotros.

Uno de los grandes peligros que corremos en la vida universitaria es la desmesura: proponernos cientos de propósitos que jamás cumplimos. Para evitar esto debemos ir a lo importante, a lo que debamos hacer. Una cosa primero, otra después -nos dice Caldera- y a hacerlas bien.

Aquí viene otro consejo importante, que en la costumbre de los jóvenes por postergar nos viene de maravilla, me refiero a ese Fijar plazos… asignarle a nuestras metas una fecha tope en la que deban culminar: bien hechas –claro está- y bien vividas.  A veces resulta difícil fijarlos, todos lo sabemos, pero para eso Caldera da en el clavo citando a Toynbee: “…lo que hay que hacer para hoy se hace ahora, ahora o nunca”. Mientras nos ocupemos cuando debamos ¡ahora o nunca!, nos sentemos durante el rato en que tengamos que estudiar o hacer un trabajo, con apertura, sin urgencia, concentrados, ¡hasta llegar a tomarle gusto!… no perderemos el tiempo que deseamos dedicarle a lo que más queremos. Pasando luego a esta entrega de descanso y provecho. Invirtiendo tiempo en lo que más nos gusta y en la gente que más queremos, ahora con alegría y serenidad.

Con la constancia se nos propone otro consejo: apresúrate lentamente… “Despacito y buena letra/ el hacer las cosas bien/ importa más que el hacerlas” (Antonio Machado)… Hacer de esa tarea, de ese trabajo en el que estamos ocupados, algo nuestro; en el que pongamos el mayor empeño no sólo de que quede bien sino de que ese deber nos ayude a ser mejores. Y ese crecimiento, nos dice Caldera, nos hará hombres virtuosos que, para colmo, gozarán de más tiempo “Nuestro tiempo es capaz de abarcar más cosas a medida que lo vamos llenando”… pues, como lo demuestra la paradoja: “sólo tienen tiempo los que están ocupados”

Por aquí llegamos a las partes más importantes del librito… “El secreto está en la diligencia, en el querer. Vivir a fondo, con generosidad”… El querer, estar dispuestos a ser mejores, a vivir a fondo y no conformarnos con la superficie. La entrega, ese dar nuestro tiempo a los demás; ese empeño por ser mejores y jalar a otros con nuestro ejemplo a seguir el mismo camino, será posible si somos pacientes y constantes… “Demos tiempo al tiempo/para que el vaso rebose/hay que llenarlo primero” (Antonio Machado)

Caldera nos recuerda que vamos a morir: “conscientes de la brevedad de la vida sabremos ir a lo esencial”… no desperdiciaremos nuestro tiempo en lo innecesario, sabremos ir a lo que vale la pena… Y, por último, nos dice algo que jamás debemos olvidar: “Y este es el último secreto, la clave de todo: Amar”


…Invito pues a todos los jóvenes inquietos por el pasar del tiempo que se detengan un momento, que acudan a este librito que en pocas páginas nos hace ver las cosas de manera distinta. Nos ayuda a crecer, a querer lo que hacemos y a orientar nuestros quehaceres universitarios, nuestra sed de saber, hacia el bien de los demás y hacia ese fin último que es Dios –nuestra felicidad- ¡Mucho que pedir en tanta brevedad!...  Definitivamente ¡vale nuestro tiempo!


Gabriel Capriles

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