sábado, 10 de noviembre de 2012

Recuerdos de Bilbao



Golpeteo de lluvia en el patio interior: un tamborilero percute sin pausa los bancos de plástico barato y blanco colocados junto a la fuente. En el cielo la paleta de grises vomita rutina, cubre de sombras, no despereza el sueño, y en ella parece que todo se repite (las jornadas largas, los momentos tristes, las despedidas en las estaciones, los besos robados). La calle resta medio vacía, sin transeúntes atrevidos cubiertos por capas de plástico; sin conciertos de paraguas que se dan la vuelta por el aire y son acompañados por los ayes y las risas de quienes van quedando expuestos (a veces el contratiempo invita a eso, a la broma, como si casi todo lo que compone la trama de la vida perteneciera al género bufo). A las nueve de la mañana el estallido inesperado de un trueno solitario pone a la ciudad en pie: ha sido tan recio que en la memoria de muchos se han dibujado los tiempos de las bombas en Bilbao. Yo, entre tanto, sigo con el cansancio profundo que sucede a la mononucleosis: cada fibra muscular, la totalidad de las neuronas, el alma que habita en los huesos, no me hablan más que de fatiga. Y desde mi butaca, en esa habitación del piso bajo del patio interior donde el jinete de la lluvia 'viene tocando el tambor del llano' (Lorca), disfruto en mi detenida existencia de penumbra.

J. Aranguren

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