jueves, 26 de abril de 2012

Carta a una lectura


Querido amor difuso:

He dejado de verte por un instante y no me resisto. Volteo y aún estás a mi lado, esperando a que te observe con mayor detenimiento, con mayor detalle, con mayor interés. Veo tu rostro a veces tan anticuado que con el tiempo se daña y se perfila dentro de la belleza de tu interior. Veo surgir los años, y a medida de que envejeces no lamento el tiempo a tu lado, el lugar que te he reservado, para mis ojos, para mi simple predilección. Siento que sólo te aborrezco, te hago envejecer y te lastimo pero al mismo tiempo te tengo en mis brazos, te disfruto como nada en la vida y te observo con placer, poco a poco.

Cada cosa que forma tu interesante mundo hace que llore, que ría, que me lamente, que sufra junto a ti por el cruel destino en el que me has hecho vivir. Y sin necesidad de soltarte, te sigo sosteniendo en mis brazos con la mirada fija en aquella maravillosa belleza, perfección en la que sólo tú te engrandeces.

Pero he decidido cambiarte, el destino cruel ha deparado otro lugar para ti; quizás no el más llamativo en todos los ojos que observan mis antiguas víctimas, pero sí en aquel en el que pocos son los dignos de ocupar…

Te he recordado hace tanto tiempo que ya los recuerdos se desvanecen con los momentos ahora vividos, con los mundos soñados y creados del que tú ya no eres parte, del cual ya no eres motivo de exaltación. Pronto me arrepentiré, lo sé, me sentaré en tu regazo y disfrutaré esa simple observación que con el pasar de aquellos infinitos segundos, minutos, horas, se convertía en el más grande de los deleites, se transformaba en otra serie de experiencias que con simples palabras jamás podré expresar.

He decidido amarte por lo que eres capaz de hacerme sentir pero, he decidido ignorarte, ya que tu mundo lleno de fantasiosas y diversas distracciones no regocijan la mera curiosidad a la que lleva este amor insaciable, aquel que tu moderada extensión no logra acallar.

Figurando todos estos hechos no olvido aquellos que ya me hiciste sentir. Ten por seguro que alguna vez lo repetiremos, pero no ahora, hay muchas bellas creaciones en la cual gloriarse, hay muchos mundos distintos al tuyo que jamás podrás conocer, ya que tú misma no te perteneces; has nacido para ser amada, no para amar.

Pero ¡Ay! De aquella que venga hacia mí sin nuevas aventuras, ten por seguro que la arrojaré lejos, allá donde el horizonte se remonta a lo más repugnante; y te seguiré de nuevo con mi mirada. Y aunque seas rápida, lenta, confusa, compleja, ambigua, te tendré de nuevo, te estrecharé en mis brazos y podré hacer de ti no más que una esclava, aquella que permita apreciar cosas distintas, diversas experiencias extrañas para aquel que las sabe apreciar.

Te cambié, lo reconozco, pero nunca te fui infiel en el momento en que te tuve. Eras demasiado interesante para deshacerme de ti como cualquier cosa; eras demasiado misteriosa, locuaz e impertinente como para abandonar tu jovial ser que con los años no cambiaré  pero que inevitablemente se volverá añicos.

Me has acompañado en innumerables fatigas que por tu presencia me has hecho agradable; me has acompañado en malas ratos en los que sólo tú sabes alegrarme; y me has seguido el rastro en las buenas, alegrándome más el día, llenándolo de dolor quizás, pero nunca despreciando el gran gusto que siente un lector por ti.

He decidido amarte por tu contenido, mas no por tu portada. Sé que algún día te cambiaré pero siempre te tendré a mi lado, siempre estarás ahí para que de vez en cuando desaparezca de este mundo y me muestres el tuyo, algo distinto, algo diferente que sólo grandes locos como yo, un común lector, comprenden.

A.F.

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