Muchas veces admiramos
personas que han marcado un episodio en nuestra vida. Artistas, amigos,
parientes, entre otros individuos. Pero siempre nos deberíamos preguntar:
¿quién es nuestro verdadero ejemplo a seguir?
Nosotros los jóvenes, a lo largo de nuestra juventud, siempre recordamos
momentos divertidos de nuestra infancia, que de alguna u otra manera nos marcan
para el resto de nuestras vidas. En Venezuela nos caracterizamos por recordar
cosas como los juegos y las carreras con los primos, la comida de la abuela y
la consentidera del abuelo, los regaños de papá y las caricias de mamá, el olor
a juguete nuevo, el olor de la comida recién hecha en casa de los abuelos un 25
de diciembre, los fuegos artificiales del 31, el pan de jamón y la hallaca;
pero, sobre todo, nos acordamos de los sempiternos cuentos de la vida de los
abuelos, sobre sus experiencias y de las enseñanzas que nos dieron, difíciles
de olvidar.
Esos abuelos que
les parecía la cosa más espantosa del mundo que alguien dijera una grosería o
que hiciera “una vulgaridad” como muchos le dicen. Esos que a cada momento por
molestarte a su manera te preguntaban cómo estaba “la pava” o “el pavo”,
como se les conoce ahora “la novia” o “el novio”. Esos que cuando llegaba el
novio o la novia a casa, mandaban al hermanito para que estuviera ahí para
vigilar que no hicieran nada.
¿Qué podemos
esperar de unas personas tan admirables que vivieron en una época
distinta a la nuestra? No podemos esperar una reacción distinta,
recordemos que fueron ellos los que vivieron en una sociedad en la que a
cualquier persona se le trataba de usted, de señor y señora, de señorito y
señorita. Una Venezuela en la que para ir a visitar tenías que ser invitado,
una Venezuela donde quisieras o no quisieras tenías que respetar a los demás, y
si papá o mamá te veían irrespetando a alguien mayor que tú, como dicen por
ahí, “venía tu pela”. Era una Venezuela en la que te mandaban a las 10 de la
noche a comprar en la bodega un pan para el desayuno, en la que el nivel de
culturización era avanzado porque si no estudiabas y te formabas simplemente no
eras nadie. Entre las personas existía un sentimiento y una identidad nacional
arraigada, tanto para cada persona venezolana o extranjera. Era un lugar en el
que no se juzgaba al otro por su forma de pensar ni por su condición política.
Y lo mejor de todo, cada venezolano tenía una sonrisa en el rostro, a pesar de
todas las dificultades que existieran. El estar con la familia era lo más importante,
aquí, donde en la sociedad, fueras del estrato social que fueras, todos se
formaban en valores; valores que hoy son necesarios y escasos en nuestra
comunidad. Esa era una Venezuela que en un corto periodo de tiempo, sin ningún
aviso repentinamente, cambió.
¿Cómo olvidar el día que el abuelo murió? Un día trágico, lógicamente, que nos
hace recordar todos esos momentos vividos con él; para muchos recordados tan
sólo por pocos días y para otros por toda la vida. Pero ahora surge la pregunta:
¿Qué hemos hecho nosotros por ellos? Si ellos nos acompañarían en este momento,
¿harían algo por cambiar la Venezuela que tenemos hoy en día o se quedarían de
brazos cruzados? Ellos simplemente darían su vida, ya que muchos lucharon en
sus últimos momentos de vida para que nosotros no viviéramos lo que estamos
viviendo, morirían para que nosotros vieramos la Venezuela que ellos vivieron
hace pocos años.
Cuando estamos
jóvenes, recordamos cada uno de estos gloriosos momentos que vivimos en nuestra
infancia. Pero al pasar de los años el ogro verde que antes estaba aún
escondido, florece. Esos momentos en los que te importa más lo que pueda pasar
en el trabajo son los que deterioran cada vez más eso que te impulsó a comenzar
a trabajar, la familia, esos tiempos en los que te importan más los problemas
externos que los que pasan en tu propio hogar, esos instantes en los que llegas
a casa disgustado y que tu hijo te diga “papá, podemos hablar”, y sin importar
lo que esté pasando respondes “no hijo, ahora no puedo”. Si tu hijo te
preguntara; “¿papá, cuándo querías hablar con mi abuelo, él te decía “no hijo,
ahora no puedo?”, ¿le responderías con la verdad o serías tan cruel para
mentirle?
¿De verdad hace
falta olvidar tu infancia porque ya eres o te sientes grande? Muchos hombres
humildes, sean de estrato social bajo o no, tengan un empleo con un buen sueldo
o no, son mucho más gente y muchísimo mejores que varios de ustedes. ¿Saben por
qué? Porque ellos se ocupan más de su familia así tengan que sacrificar horas de
labor, porque para ellos es más importante estar en casa que estar trabajando,
porque ellos si escuchan a sus hijos cuando estos los necesitan y saben que es
lo mejor de todo. Esas personas son las que todavía tienen recuerdo
de su infancia.
Muchos adultos, simplemente porque
crecieron y se sienten grandes, olvidan lo que estuvo atrás y les recuerdo que
es eso lo que nos impulsa a crecer cada día como personas. Es por esas personas
que uno admira (papá, mamá, abuelo, abuela, amigo, amiga) que ya no están con
nosotros por los que nos proponemos sacar a nuestro país adelante. Es por ese
afán de vivir la Venezuela que ellos vivieron, es por ese tiempo que ellos le
dedicaron a nuestras enseñanzas y a contarnos sus experiencias, cuando éramos
sólo unos pequeños e indefensos niños, que debemos escuchar a nuestros hijos,
olvidarnos un poco del trabajo y dedicarle tiempo a la familia. No sirve la
típica excusa de “es que no tengo tiempo”; el tiempo de Dios es perfecto y
cuando Dios está en la vida del hombre para todo hay un momento, solo es
cuestión de planificarse. Todavía estás a tiempo de no dañar a tu familia, con
una sonrisa en el rostro podremos decir a nuestra descendencia que por ellos
luchamos cada día para sacar adelante nuestra Venezuela y dar nuestro granito
de arena por ver una Venezuela mejor. Todo radica en encontrar nuestro ejemplo
a seguir.
Abuelo, te prometo que haré todo lo
posible por vivir en la Venezuela que tu viviste.
Leonardo Bastidas.